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Grateful Dead… Un largo y extraño viaje (Parte I)

Fue un 1º de agosto de 1957, cuando el joven Jerry García, celebraba sus 15 años abriendo un regalo que le obsequió su madre, quien conocía el amor y la pasión que su hijo sentía por la música.  Jerry tocaba el banjo y la guitarra acústica, pero su mamá le regaló… ¡un acordeón! El acordeón se fue a una Pawn Shop, donde Jerry lo cambió por una guitarra Danelectro Silver Tone y un amplificador, y así comenzó una íntima relación con la música que más tarde se convertiría en una forma de vida y en la banda sonora de una especie de tribu conformada por miles de seres nomádicos que durante décadas seguirían a una extraña banda que tocaba de pueblo en pueblo a lo largo y a lo ancho de la Unión Americana.

Antes que esto sucediera, Jerry García, proveniente de una familia muy musical, (su padre era un inmigrante español que tocaba el saxofón y el clarinete en una “Big Band” de los años 30s), tenía música corriendo por sus venas, casi de manera hereditaria.  Así pues, la familia García llega a San Francisco a finales de los años 30s y Joe García, (padre de Jerry), abrió un bar en una de las zonas más pobres y rudas de San Francisco, donde la clientela –en su mayoría- estaba conformada por marineros, prostitutas, y toda clase de seres sombríos, pero al final del día, pagaba las cuentas y siempre había comida sobre la mesa.

Jerry creció en ese ambiente de taberna, escuchando las historias que platicaban los viejos lobos de mar y absorbiendo todo tipo de música, que emanaba de una vieja “Juke Box”  que sonaba todo el día y gran parte de la noche. En el otoño de 1960, Jerry se muda a la zona de Palo Alto, hogar de la Universidad de Stanford  donde  empezó a formarse una comunidad bohemia conformada por estudiantes, artistas, escritores y músicos. En este ambiente, Jerry se integró rápidamente a la escena folk y se enamoró del country blues  que ya comenzaba a hacer ruido en la zona de la bahía de San Francisco.

Durante este periodo y a manera de ganar dinero para sobrevivir, el joven García daba clases de guitarra en la parte trasera de una tienda de instrumentos musicales, donde una noche de navidad fue visitado por otro joven guitarrista llamado Bob Weir, quien era ferviente admirador de Joan Baez , el Reverendo Gary Davis, y un misterioso y todavía desconocido guitarrista llamado Jorma Kaukonen, un personaje con una gran habilidad para el “finger-pickin´”, una técnica de guitarra muy utilizada en el blues rural del sur de los Estados Unidos, (unos años después, Jorma Kaukonen se convertiría en el guitarrista líder del Jefferson Airplane).

Fue así que en una extraña sucesión de eventos casuales e inesperados, (muy propios de la época), García y Weir iniciaron una serie de palomazos con diferentes músicos de la zona, de donde salió gente como el bajista Phil Lesh, el baterista Biil Kreutzman, el percusionista Mickey Hart y el tecladista Pigpen, quien era un serio amante del blues.

De esta manera se formó la banda conocida como The Warlocks que posteriormente cambiaría su  nombre a Grateful Dead, un nombre derivado de un relato folk europeo y que fue descubierto por Jerry García en un viejo diccionario Funk & Wagnalls de 1955. Es entonces que The Grateful Dead emerge en San Francisco y el área de la Bahía, tocando en parques, coffe houses, bares y en las calles de un pobre pero pintoresco barrio conocido como Haight-Ashbury, mismo que se convertiría en el epicentro de todo un movimiento socio-cultural derivado de la era “Beat” para finalmente transformarse en el hippismo. Estamos hablando de una banda fuertemente arraigada en el blues pero con influencias de bluegrass, country blues, folk music, jazz y ritmos africanos, y todo esto acompañado de la respectiva dosis de LSD, con la idea de “elevar” el subconsciente.

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En el próximo número continuaremos con esta colorida historia del blues psicodélico