Especial de Medianoche

Cuando mires las barbas del Brujo cortar

Debo confesarlo, la primera idea que me vino a la cabeza al ver anunciado el concierto-homenaje de Javier Bátiz acompañado por la Sinfónica Metropolitana, fue imaginar a la Charlena a go go inmersa en apurada Tocata y Fuga, como se escucha igual de inmerso en Tocata y Fuga el ADO de Alex Lora, acompañado penosamente por el maestro Eduardo Diazmuñoz. Curiosa forma de rendir homenaje a leyendas del espectáculo es ésta, implementada de varios años a la fecha. Grupos Orquestales requisito “sine qua non” para que aterricen acordes insólitos y las fusiones caigan como ramalazo cultural a la indefensa audiencia.

¿Qué cosa tiene en común Eugenia León con Javier Bátiz, para que la reina del Fandango, aquí haya sido colocada hasta arriba del elenco por los 60 años de carrera del músico tijuanense? Mejor dicho, ¿Ayúdenme ustedes a buscar algún rasgo que identifique los terrenos que pisa tan ilustre señora -de trayectoria impecable, desde luego- con los del mejor impulsor del soul, Ray Charles y Otis Reding? Si resucitara Tin Tán a lo mejor él hubiera quedado mejor inscrito en este ocurrente elenco porque, vamos, don Germán lo mismo cantaba un bolero llegador que se reventaba un swing en be bop y hasta melodías campiranas -falsetto incluido-. De algo valió haber crecido en Ciudad Juárez.

La cosa estuvo así. En entrevista previa, Bátiz confesó que el elenco fue meditado y elegido por su hermana Baby, tan previsora siempre, tan despierta. Un haz de luz cayó sobre una hoja tachoneada varias veces y sorpresa, el cartel quedó armado, con un poco de ingenio y otra cosita, porque no se cumplen 60 años de historia todos los días, caramba.

Lo que vimos y escuchamos en la plancha del Zócalo fue una especie de coctel musical sabor tutti frutti. En gustos se rompen géneros y en materia de homenajes, peor. El ejemplo indiscutible es Alex Lora. Cada año en que se agasaja a sí mismo (entiéndase, la celebración errónea del supuesto nacimiento del TRI), los reclamos de sus fans ilustrados es el mismo: ¿por qué no invita a los músicos pioneros que de verdad le acompañaron en sus inicios? ¿por qué? O si ustedes gustan, a sus amigazos del alma, aquellos con los que realizó pacto de sangre. Y entonces aparecen nombres y hombres ausentes, como Ernesto de León, Carlos Hauptvogel, Memo Berea, Oso Milchorena, Antonio Limón, Miguel Flores, Pepe Pampín etc. etc.

Cómo me hubiera gustado que hasta arriba del cartel conmemorativo del Zócalo, pasado el crédito de Bátiz, estuvieran enlistados sus amigos sobrevivientes de los Finks, el grupo con el que alcanzó de verdad buenos momentos artísticos, el grupo que lo catapultó como el músico mexicano por antonomasia con alma de negro, o bien los de aquel otro llamado los TJ’s, primera banda tijuanense que incorporó en su repertorio piezas selectas de los maestros afroamericanos del rhythm and blues. Macaria debió estar también en este elenco, mujer que no sólo participó haciendo coros en distintas grabaciones, sino que fue compañera sentimental indiscutible durante los años del llamado rock chicano.

Así las cosas, no pude evitar desconcertarme cuando supe que, como parte del festejo, estarían el Dr. Shenka de Panteón Rococó, (a ver público, ya no queremos violencia, ya no queremos más sangre) y Eugenia León, no por demeritarlos, puesto que calidad y logros tienen de sobra, sino por las expectativas tradicionales de Bátiz, un hombre que entró tarde a componer canciones en español, personaje receloso del llamado rock urbano chilango, de las fachas de los músicos, del vocabulario, de los lugares impropios para tocar, de los contratos con sueldo bajo.

La maldición avandaresca

En su mejor época, finales de los años sesenta -llegado desde norte de la república a la ciudad de los palacios-, Javier Bátiz cobraba 30 mil pesos por cada audición. Dicho por él mismo. Su música era de etiqueta. Blues gourmet. Soul ídem. Tuvo una temporada fantástica en un centro nocturno llamado Terraza Casino. Allí era común encontrar entre el público a gente de la política, de la cultura o de la alta sociedad, que lo mismo echaban la copa que escuchaban extasiados aquellos solos larguísimos de Bátiz o sus inflexiones vocales en tonos negroides.

Cuando se estaba armando la noche mexicana que derivó en el festival de Avándaro, en septiembre de 1971, Javier Bátiz fue invitado junto con el grupo La Revolución de Emiliano Zapata. Sólo ellos dos integraban el cartel, el presupuesto para repartirse entre ambos era de 30 mil pesos. Entonces sucedió algo curioso. Según uno de los personajes involucrados en la organización, Armando Molina, ex músico y manager de diversos grupos, cuando le ofrecieron a Bátiz 15 mil pesos para participar, puesto que la cantidad restante sería para el otro, éste respondió que no, pues siempre cobraba el doble, y aquella vez no sería la excepción. Además, quería otras condiciones, dicen, como el uso de limousina y hospedaje de primera.

Hubo negociaciones, estira y afloja y al final nada. El famoso guitarrista prefirió quedarse a tocar en su espacio de postín, y los organizadores tuvieron que replantear la logística pues había rumores de que la Revolución tampoco vendría debido a compromisos hechos de antemano. La negativa de Bátiz constituye uno de los máximos errores en la historia del rock mexicano. Allí comenzaría un declive personal que mucho tuvo que ver con la satanización y el cierre de espacios decorosos para nuestro rock, que comenzaron a efectuar autoridades.

Con el cierre del Terraza, la música en directo de Javier Bátiz sufrió un duro golpe, mortal de necesidad, por el contrario, la estrella de otros personajes que tocaron en Avándaro -como Three Souls In My Mind, Armando Nava o Ricardo Ochoa-, comenzó a brillar de un modo espectacular, tanto en actitudes irreverentes como en composiciones, energía, pero, sobre todo, sin miedo de tocar en cuanto lugar fuera posible, y con cuanto público bronco estuviera delante. La comunicación verdadera entre raza y grupos nació. Ya no había reservaciones, ya no existía barrera idiomática, ni requisito de indumentaria para que bailaras como te diera la gana. El rock mexicano asumía un nuevo rostro, más auténtico. Los chavos banda alzaron la voz, los hoyos fonqui derivaron en santuario.

Con el paso del tiempo las explicaciones de Bátiz de porqué no asistió a Avándaro han sido distintas. Ninguna convence. Le escuché decir alguna vez que rehusó ir por la gran cantidad de leparadas que se dirían sobre el escenario, también porque su condición de super estrella no encajaba con los grupos participantes ni con el público asistente. La versión más socorrida, de un tiempo acá, indica que al estar en el Terraza escuchando la transmisión en vivo por radio del festival, la noche del 11 de septiembre, a Bátiz le cayó el veinte de lo que se estaba perdiendo, cuando escuchó que gran parte del público gritaba Bá-tiz Bá-tiz, en clara alusión de que solicitaban su presencia -eso dice él-, por lo que decidió, como buen mexicano, lanzarse a esas horas a Valle de Bravo, sin importar las colas larguísimas de tránsito y de que su pareja de entonces, la actriz Macaria, estaba a punto de dar a luz.

El desenlace es obvio, su automóvil no llegó ni a Tres Marías. El congestionamiento era fatal y para colmo de males, llovíó torrencialmente. Si tanto era el deseo de ir, Javier tuvo semanas completas para decidirse. En los medios no se hablaba de otra cosa. Telesistema Mexicano, (hoy Televisa) anunciaba con profusión el festival, inclusive lanzaron un programa llamado “La onda de Woodstock”, conducido por Jacobo Zabludovsky, en el cual ofrecían detalles del mismo, cada semana. Su trabajo en el Terraza tampoco peligraba, pues faltaría sólo una vez. Si en un principio Bátiz desestimó el evento, considerándolo pequeño y de poca relevancia, al final la bomba le explotó en la cara, entonces se dio cuenta del verdadero impacto histórico. Cuando quiso remediar el error ya no pudo. La posteridad lo recuerda como el gran ausente de Avándaro. Y las generaciones rocanroleras que nacieron a partir de entonces, lo ubican como una efeméride ilustre de otros tiempos, sobre todo por su vinculo con Carlos Santana, que él mismo promueve.

 

Santas Brujerías

Más de 30 discos en 60 años, difusor del soul y del rock and roll junto con otros pioneros, sobrio guitarrista, inglés perfecto, voz admirable, solista eterno, fundador del movimiento tijuanense de rock, ese puede ser el resumen del Brujo Eléctrico a lo largo del tiempo. Es evidente que el campo donde obtuvo mejores logros fueron los covers, las versiones bien hechas de otros grupos y de cantantes extranjeros, el rendir pleitesía al rock en inglés. Sus éxitos originales, su obra propia, canciones en español que la mayoría ubique sin temor a confundirse, las entrañables, que muchos conozcan, no son tantas, a pesar de seis décadas de labor. Caso contrario, por ejemplo, de Alex Lora o de Rockdrigo González, con todo lo que puedan criticarles.

En su homenaje hubo dos personajes que no desentonaron, aunque en el desarrollo de su estilo Bátiz no tenga nada qué ver. Toño Lira con “La Montaña” y Julio Revueltas con “El vuelo del ángel”. El primero es discípulo de Ernesto de León, siendo el rock urbano el terreno donde mejor se desenvuelve. Mientras que Revueltas, quien gusta de tocar la guitarra con arco de violín, es un espíritu libre que aprendió música de oído y después de forma teórica hasta lograr paulatinamente un sonido original. Luego de vivir nueve años en Estados Unidos, dice Revueltas (que es hijo de madre jazzista y sobrino de compositor clásico), “mi técnica se depuró al tocar con músicos de extraordinario nivel, de los cuales aprendí mucho“.

Pero Javier Bátiz anda feliz. El haber tocado en el Zócalo ante un público que apenas llenó las expectativas, en un aniversario que merecía otro elenco y otra planificación, cristaliza viejos sueños. En Tijuana, su casa será convertida próximamente en museo, distinción que se suma a los premios y reconocimientos locales y nacionales que ha recibido varias veces y por distintos medios. El haberse mantenido como un solista de prestigio, contra viento y marea, quizá se haya convertido también en la mayor barrera. Finalizo el artículo con unas líneas escritas por José Agustín, cuando Bátiz vivía sus mejores momentos:

Yo espero que el nuevo grupo de Javier Bátiz siga unido por mucho tiempo, porque la razón por la que Javier no ha podido dar todo lo que tiene dentro, ha sido la falta de material humano que esté a su altura en calidad y sensibilidad…. También es necesarísimo que a la brevedad posible Javier y sus Finks empiecen a dar a conocer su propio material para trascender la mera interpretación magistral (y a veces la obtienen), y ofrezcan su punto de vista, su creatividad para enriquecer nuestra música“.

Javier Bátiz – Charlena:

Javier Bátiz – Lobo Herido: