Acaban con el IFE, pero el INE nace debilitado
Nuestra democracia electoral, maniatada: Luis Carlos Ugalde
Se cierra un ciclo en la vida institucional, el cese del Instituto Federal Electoral (IFE) pero se abre otro con nuevos retos y nuevas responsabilidades que deberían ser abordados con el profesionalismo que ameritan los funcionarios electorales.
El nuevo Instituto Nacional Electoral (INE) tendrá la facultad de abordar aquellos comicios locales que estén bajo sospecha de fraude por la injerencia indebida de un gobernador, según acordaron los parlamentarios de las tres principales fuerzas políticas del país dentro de la Cámara de Senadores.
Los legisladores del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Partido Acción Nacional (PAN) y Partido de la Revolución Democrática (PRD) llegaron a un punto de acuerdo para dar mayor alcance a las facultades del INE, argumentando un mayor control y transparencia en los procesos electorales
La sustitución del Instituto Federal Electoral (IFE), por el nuevo Instituto Nacional Electoral (INE), puede ser la apuesta más arriesgada del presidente Enrique Peña Nieto. Simplemente con revisar su encargo inmediato en 2015, que es el de organizar y supervisar el proceso para renovar la Cámara de Diputados y además las elecciones locales en 17 estados del país (nueve gubernaturas, mil nueve ayuntamientos 17 Congresos locales con sus 387 diputados), es fácil prever que centralizar toda la responsabilidad equivale también a hacerse de todo el peso de la crítica por errores, o sospechas de irregularidades.
Por si fuera poco, también tiene la tarea de realizar la redistritación que dejó inconclusa el IFE, precisamente porque cambiaría de nominación y, adicionalmente, se echó el paquete de nombrar a todos los consejeros en cada una de las 32 entidades federativas. La verdad es que visto así, el nuevo encargado del INE, Lorenzo Córdova Vianello, está sentado encima de un polvorín. Si antes se diluían las críticas por los resultados de las elecciones en 32 estados del país, ahora esa cauda de malestares, que los habrá siempre, se harán en un concentrado y las invectivas irán directo a un solo sitio.
La propuesta dice que el INE, encabezado por el presidente Lorenzo Córdova, organizará elecciones locales sólo en aquellos estados que no cuenten con la infraestructura suficiente para tal fin. Pero hasta ahora todas las entidades venían cumpliendo con esos procesos y será un debate subjetivo establecer cuáles sí o cuáles no pueden continuar haciéndolo, de manera que es más factible que el nuevo organismo federal asuma todo el paquete. El argumento de que los institutos electorales locales son manipulables, lo cual es bastante cierto en algunos casos, no se va a diluir por el hecho de que su responsabilidad se concentre en un solo organismo nacional.
Ahí está el IFE con todas sus abolladuras de los últimos procesos federales, donde una parte importante de la sociedad se quedó con la percepción de que no fueron del todo limpias las elecciones presidenciales. Porque también es cierto que un elemento bien importante del trabajo de los órganos que implementan las elecciones, es fundamentalmente la percepción que puedan generar sobre la transparencia y claridad de los resultados.
Cambiar de nombre y de reglas para tener ahora un INE, no significa en la percepción de los ciudadanos que la intención sea mejorar o “perfeccionar” los procesos electorales. Es más esperable que los ciudadanos desconfíen de lo que pareciera un afán por concentrar, para controlar. Ya de por sí había un acumulado de sospechas en la actuación de los últimos consejeros presidentes del IFE, tanto en lo administrativo como en su objetivo fundamental, que es el de elegir con limpieza a las autoridades.
INE maniatado: Luis Carlos Ugalde
Quien dejara el cargo de Consejero Presidente del IFE en el 2007, Luis Carlos Ugalde, habló largo y tendido de este tema en un noticiero radiofónico. El primer reto del Instituto Nacional Electoral (INE), dijo, es organizar elecciones limpias y confiables como lo hizo el IFE durante sus 23 años de existencia.
Lo deseable, aunque improbable, sería que dentro de 20 años esta institución tuviera una menor resonancia en los medios de comunicación, como resultado de que su actuación haya permitido que los partidos y candidatos cumplan las reglas del juego de forma cotidiana, dejando atrás el paternalismo de que sea el árbitro el que deba siempre vigilar a los partidos infantes para que se porten bien. Que el Instituto y el Tribunal Electoral, sólo por excepción, intervengan para se cumplan las reglas y castigar a quien las viole.
Desafortunadamente, la nueva reforma electoral persiste en aplicar un modelo punitivo y sobre regulatorio, y que aumenta las responsabilidades de la autoridad electoral, le confiere la atribución para “atraer” la organización de comicios locales y nombrar a todos los consejeros estatales, y establece un sistema de nulidades que estimulará el litigio. Es evidente que en cada elección federal y local, el INE será un actor al que acudirán las partes para pedirle meter orden y castigar a los adversarios. Tendremos un INE aún más visible que el IFE del pasado.
El segundo reto es que el INE propicie mayor equidad en las contiendas electorales. Aunque su actuación estará encuadrada por las nuevas leyes electorales que deben aprobarse este mes, el nuevo Instituto puede contribuir a frenar el excesivo gasto de las campañas, a combatir el financiamiento paralelo y no registrado y, de esa forma, romper el círculo vicioso de dinero ilegal que se dona a las campañas a cambio de favores políticos futuros, sean a través de contratos de gobierno, permisos o peculado.
Ciertamente la nueva reforma electoral no ataca los problemas de fondo —la discrecionalidad para desviar recursos públicos, la mala fiscalización del gasto público estatal, el exceso de dinero para medios de comunicación que encarece las campañas y aun las prácticas de movilización y clientelismo electoral— pero aun así el INE puede hacer mucho para limitar que el costo de las campañas —y con ellas la inequidad— siga creciendo tanto como ha sido el caso en los últimos años.
El tercer reto es el más importante y concierne no sólo al INE sino a todos los actores políticos del país: transformar el pluralismo en gobiernos más eficaces, más íntegros y más responsables. El gran problema de hoy de la democracia mexicana es que se construyó una avenida para la alternancia entre partidos, pero se olvidó de construir la otra avenida para que los gobiernos electos rindan cuentas, gasten sus recursos con integridad y cumplan sus funciones con eficacia.
Muchos mexicanos cuestionan hoy la utilidad de su democracia porque de forma cotidiana escuchan que sus gobernantes cometen los mismos abusos de antes, como lo es la corrupción y la impunidad y, en ocasiones, con mayor cinismo y gravedad.
Hoy México tiene más democracia, pero también más corrupción. Tenemos más transparencia, pero la calidad del gasto público se ha deteriorado. Tenemos más pluralismo, pero la calidad de los gobiernos para combatir la pobreza y garantizar la seguridad de sus habitantes es baja. Hay más democracia, pero mayor desencanto democrático, las instituciones electorales están maniatadas.
Aunque la función del nuevo INE sea primordialmente garantizar el acceso equitativo y legal al ejercicio del poder, su actuación puede estimular que las elecciones se conviertan en un mecanismo más eficaz de rendición de cuentas. Que el ejercicio del voto sea realmente un mecanismo para premiar y sancionar a los gobernantes y no sólo una vía para estimular el pluralismo.
Así como el IFE fue un actor principal del cambio político en la década de 1990 que facilitó el pluralismo, el reto actual de la democracia —integridad, eficacia y gobernanza— requieren otros actores: los órganos de procuración de justicia, los poderes judiciales y legislativos, así como diversos órganos reguladores. Ellos son los nuevos actores para elevar la calidad de la democracia mexicana, pero aun ahí el INE tiene un papel relevante que jugar, finalizó Luis Carlos Ugalde.