Para el profeta de las esdrújulas
Se cumplieron 30 años de los históricos temblores que devastaron a la Ciudad de México, punto que para muchos marca el nacimiento de la sociedad civil organizada y autogestiva en nuestro país. Entre los miles de víctimas de esos días -todas lamentables- se cuenta a Rodrigo González, Rockdrigo, joven poeta y músico nacido en Tampico y emigrado al D.F. en 1977. Van en su memoria mis rábanos de hoy.
Originario de Tamaulipas
llegó al D.F. a probar fortuna,
¿cuántas espinas vale una tuna?
¿cuántos semáforos una guaripa?
Versos nacidos desde las tripas
sin más apoyo que su ideal,
protagonista fundamental
de las andanzas del rock rupestre,
cruza de Dylan extraterrestre
y catedrático del nopal
Irreverente poeta lírico
de resonancia electromagnética,
no hubo en la penca de la poética
jamás filósofo más empírico.
Como en un mágico viaje onírico
eterno prófugo de la sinfónica
sin otro cómplice que su armónica
desde su púlpito radiofónico
lanzó sus cánticos estereofónicos
y en cada rola dejó una crónica
Ya no hay apóstoles psicodélicos
que ante el micrófono se pongan drásticos,
toda la música nos sabe a plástico
los espectáculos hoy son famélicos.
Es la retórica de un tiempo bélico
tétrica fábula de un héroe afónico,
régimen sádico, momento irónico,
tabla gimnástica de un cuadrapléjico:
en este rancho llamado México
cuánto nos falta un profeta biónico
Pero el hubiera es un verbo utópico
que se conjuga en modo fantástico
y el tiempo es rígido, no es nada elástico,
no admite el cambio más microscópico.
Ni los pingüinos pueblan el trópico
ni me festejan mis enemigos,
pero va en serio cuando les digo
que hacia Tampico mira la brújula
porque en el fondo de cada esdrújula
de sus canciones, VIVE ROCKDRIGO.
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