El de los labios pintados
Frino
Resultó muy lamentable el fallecimiento del cantante británico David Bowie apenas dos días después de lanzar su último disco, Blackstar. Él es uno de esos casos -como Dylan, Bob Marley o los Beatles- cuya obra no está a discusión: son y punto. A través de los polémicos personajes escénicos que encarnaba durante sus conciertos -Ziggy Stardust, Major Tom o The Thin White Duke-, Bowie revolucionó no sólo la historia del rock, sino la idea del arte pop en el mundo. Van mis rábanos por su memoria.
Se lamenta Reino Unido
y llora el planeta entero:
el pasado 10 de enero
Ziggy Stardust ha partido.
Antagonista del ruido
y avant-garde de corazón,
el nieto del saxofón
al espacio se reintegra:
sobre de una Estrella Negra
subió al cielo El Camaleón.
Ni el coleccionista de arte
que psicodelia transpira,
ni el que hizo más de una gira
con las Arañas de Marte,
ni el que cátedras imparte
silbando una melodía,
ni el conductor del tranvía
ebrio de versos dorados,
ni el de los labios pintados
no de lipstick, de poesía.
Ni el Mayor Tom que al espacio
regresa, esta vez sin nave,
ni el que rechazó la llave
para entrar en El Palacio,
ni el que iba Ardiendo Despacio
al fondo de un personaje,
ni el Duque blanco de traje
que cerraba los conciertos:
ninguno de ellos ha muerto
solo continúan su viaje.
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