El regreso de dos leyendas
En su caso no aplica eso de que “No es lo mismo los Tres Mosqueteros que 20 años después“, puesto que, si seguimos la lógica que impera en los bajos fondos de los bluesmen, a mayor edad, mayor experiencia y sabiduría en lo referente a transmitir música excelsa y apabullante. Si juntamos la edad de ambas figuras (John Mayall y Charlie Musselwhite), superamos el siglo y medio de existencia, pero eso no importa, ha sido un largo caminar pletórico de triunfos que se refleja en decenas y decenas de discos grabados, presentaciones rutilantes, colaboraciones, aportaciones de variados tipos entre un largo etcétera y etcétera.
De nuevo visitarán nuestro país para ofrecer su espectáculo blusero tanto John Mayall como Charlie Musselwhite, inglés uno, gringo el otro, como parte de un elenco espectacular que nutre al festival “Grooves y Blues Guadalajara“, a desarrollarse en la perla tapatía del 28 al 29 de abril. Otros artistas que figuran en el evento son Jimmy Burns, Guy Davies, Missy Andersen, Los Mind Lagunas y Marcos Coll, por citar algunos.
A la memoria de quien esto escribe vienen algunas imágenes de las anteriores visitas de Mayall y Musselwhite, puesto que tuve la suerte de disfrutarlos en directo, y ese es el motivo del presente artículo, compartir un texto anecdótico, tributario en sentido estricto. Echo la memoria atrás y me veo en los pasillos del Toreo de Cuatro Caminos. Mes de septiembre de 1989. Voy caminando solo y algo nervioso. El fotógrafo que debería acompañarme se ha retrasado. Por cuestiones de logística, el grupo de seguridad del coso me ordena que entre a backstage junto con otros reporteros de prensa.
Es el Octavo Festival de Blues en México. Falta menos de una hora para que abran las puertas. Adentro todo es ajetreo. Diferentes miembros del staff jalan cables, acomodan en sitios distintos las bocinas, hacen pruebas de sonido, verifican la potencia de luces sobre el escenario. De vez en cuando volteo con la esperanza de que el fotógrafo aparezca y comencemos en forma la cobertura, pero nada. Las personas van y vienen metidas en lo suyo, en los pormenores de la primera jornada del esperado evento que ya ha ganado trascendencia en la capital del smog, cuando de pronto lo reconozco a la distancia.
Es Charlie Musselwhite. Nadie más lo reconoce. El desconocimiento de otros colegas que pasan junto a él y lo ignoran es imperdonable. Viene solo y su alma. En la mano derecha lleva un maletín metálico que lanza destellos a la luz de las candilejas. La camisa de manga corta está llena de palmeritas y de motivos de playa. Mira curioso alrededor con cierto dejo de sorpresa.
Repuesto de la impresión inicial, me planto delante de él para presentarme. Mis frases en inglés son escasas, pero trato de distribuirlas con torpeza. Charlie se da cuenta y con profunda sencillez -calidez humana- entiende y dice “no problem”. Estrecho su mano. Observo que el maletín lleva impreso en relieve la marca “Lee Oskar”. Allí cae la primera pregunta hacia el artista fogueado entre los grandes bluesmen de Memphis y Chicago.
Y es que una de las impresiones indelebles que nos dejó su primera visita, fue el uso de armónicas Lee Oskar, que tanto furor causaron entre la fanaticada mexicana. Musselwhite ostenta una mirada tranquila, gesto risueño con bigote y cabello entrecano, 1:80 de estatura, quizá. Le acerco uno de los posters pequeños del festival y acepta firmármelo.
Mi amigo fotógrafo nunca apareció. Entiendo que perdí la oportunidad de retratarme junto a uno de los grandes exponentes no afroamericanos del blues eléctrico. La breve charla se centra sobre la impresión que le ha causado visitar México y el repertorio que presentaría más adelante.
Le comento que varias de esas melodías vienen en su primer álbum oficial, Stand Back, que a mi jucio es de los mejores, ya que contó con el apoyo estelar de gente como Harvey Mander y Barry Goldberg. Pero la gran lección que me dio Musselwhite, y a todos los que disfrutamos del magno evento aquélla vez, fue la maestría para interpretar una música fastuosa que como lava hirviente le corre por las venas. Hizo de la armónica lo que quiso, escalas trepidantes o tranquilas, agudos en tropel, graves tenebrosos. “El Cristo Redentor” surcó ampollas entre la piel erizada de los presentes.
Buena parte del éxito recayó también en su banda, un cuarteto de ébano extraído directamente de la negrura de Chicago, maestros todos, furibundos ejecutantes. Recuerdo en especial al bajista, una serpiente erguida lanzando ataques hacia el frente. Qué noche aquélla y qué buena música.
John Mayall actuó en el mismo lugar, (en el Toreo de Cuatro Caminos), nueve años antes, en un soledísimo sábado de marzo. Yo era un quinceañero apenas, y como quinceañero que buscaba olfatear el blues, me lancé al encuentro de un hombre cuya música había desmenuzado a través de viejos elepés Richmond y de consolas Packardbell. No había asientos numerados ni distinciones de ningún tipo, así que muchos de los asistentes nos quedamos de pie, a sólo varios metros de distancia del escenario, entre la arena rojiza de la plaza de toros y una sombra proyectada por una enorme lona color anaranjado que cubría las grandes torres de bafles Peavy, y el grupo de instrumentos encabezados al frente por el esbelto teclado que utilizaría el músico inglés.
En aquel lejano 1980 el anuncio de su presentación cayó como bomba, muchos no creíamos que un artista de su nivel actuara en el D.F., un territorio por lo regular vetado para las grandes estrellas del rock, con cancelaciones repentinas y ataques sistemáticos de prensa y autoridades. Pero el evento estaba confirmado, recuerdo los anuncios comerciales que empezaron a transmitirse por las tardes en Canal 13, y luego la venta adelantada de tickets en Boletrónico, aquellas modestas casetas distribuidas en puntos estratégicos de la ciudad. Yo acudí para comprar el mío en la que estaba ubicada por la iglesia de Tacuba.
Y el encuentro ocurrió. El sábado 12 de marzo una legión de fanáticos ávidos de música del alma estábamos impacientes por conocer al hombre que lanzó las carreras de Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor -entre una extensa lista de grandes talentos- y que fue parte fundamental del descubrimiento europeo del blues en la segunda mitad de los años sesenta. Y entonces la primera curiosidad surgió. Con la aparición sobre la duela del rubio guitarrista James Quill Smith -hombre barbudo y con pelo enmarañado-, la ovación se desgranó, la gente pensaba que era John Mayall. Tremendo error, pensé yo.
“Este cuate no es” le dije muy seguro a mi amigo José Óscar “Bill Faria”, quien me acompañó ese día. Y en seguida salieron el bajista, una chica que tocaba el pandero y hacía coros, y también el encargado de los tambores, Soko Richardson, una especie de Shazán cubierto de turbante. Y cuando menos lo esperábamos irrumpió el abuelo del blues británico, iba semi desnudo, únicamente cubierto con un pequeño short de mezclilla y sonrisa de oreja a oreja.
La ovación, ahora sí, fue atronadora. El sol brillaba en lo alto. Ahí teníamos delante al creador de los Bluesbreakers, con sus varios kilos de más, sus lonjitas bamboleantes, sus tupidas canas en barba y melena, pero con una disposición a flor de piel y una experiencia tremenda que salió a relucir en las varias horas que duró el concierto, y después en otro recital vespertino.
La memoria guarda con profunda emoción el primer tema: Hideway, el mismo que había escuchado yo hasta el delirio en mi vieja tornamesa casera. Esa presentación de Mayall fue importante por varias razones, entre ellas la certeza de que podíamos traer estrellas de renombre en total orden, en paz, con una organización adecuada y de respeto tanto para los artistas como para el público.
Meses después vendría Queen para actuar en la ciudad de Puebla, en lo que sería el primer gran mega concierto con bandas legendarias, pero la semilla ya había sido plantada por John Mayall en la plaza de toros. Lo que ocurrió después con Johnny Winter es harina de otro costal. Disfrutemos pues del próximo “Grooves y Blues” en Guadalajara, y de su elenco emblemático de artistas, que son muchos y son buenos, pues volver a verlos juntos no será, créanmelo, tarea fácil.
Charlie Musselwhite – Good Blues Tonight (Live at the Belly Up Tavern on 5/6/16)
John Mayall in Mexico City (audio):