Especial de Medianoche

Chuck Berry y James Cotton: historias de éxito y trascendencia

¿Qué hilo conductor encontramos entre James Cotton y Chuck Berry, las dos rutilantes figuras que nos sacudieron hace poco con su lamentable muerte, más allá de que uno destacó en el ámbito del blues y el otro en el nacimiento del rock and roll? ¿En qué momento coincidieron para alimentar un panorama musical que fue rico en exponentes y propuestas, y que hoy tanto añoramos cuando advertimos la orfandad creciente con respecto de auténticas leyendas?

Ese hilo conductor tiene por nombre Mckinley Morganfield, mejor conocido como Muddy Waters, y el lugar donde se desarrolló la historia es Chess Records, compañía ubicada en Chicago, ciudad de fuertes vientos. Sería reiterativo ahondar en los orígenes de Chuck Berry, ahora tan multiplicados y difundidos por su muerte, y que para el fanático poco avezado tiene en el filme “Cadillac Records” estupendos trazos de esa personalidad vehemente que caracterizó al autor de Johnny B. Goode. No, aquí hablaremos sólo de hechos anecdóticos, los que nutren a la leyenda y contribuyen a destapar ángulos poco explorados de personajes tan enormes.

 

Talento innovador y mal carácter

Tuvo que despedirse de este mundo para que el mal carácter de Charles Edward Anderson Berry, que así se llamaba en realidad Chuck Berry (1926-2017), quedara descubierto y hasta causara indignación por el hecho de regañar constantemente a músicos de apoyo. La razón es simple, nunca tuvo un grupo base a lo largo del tiempo, desde finales de los años cincuenta hasta poco antes de fallecer. Fue un solista irredento, un espíritu ególatra y puntilloso y el máximo defensor de la obra propia, al menos de que los temas fueran interpretados como Dios manda. De ahí los regaños y correcciones.

Ex convicto, desconfiado, rebelde, autoritario, mañoso, innovador, tacaño, genial, grandes virtudes y poderosos defectos reunidos en un solo hombre, cuya vena creativa incidió en el curso de la música popular no sólo norteamericana sino mundial. Elvis Presley fue un showman atractivo y poderoso cantante, que “blanqueó” el sonido negro proveniente de las granjas, y le inyectó sangre atractiva a la música hillbilly de las colinas pobladas por blancos pobres. De igual forma, Arthur “Big Boy” Crudup, la otra catedral de donde comulgó el incipiente rock and roll, anticipó el camino socorrido de contrabajo, guitarra y tarola, amoldados en temas somnolientos de fuerte inclinación blusera, convertidos en hits para sellos como Bluebird.

Si con Presley la guitarra de Scotty Moore era viva y punzante, con Crudup era rudimentaria y apagada, la voz también, pero algo muy distinto fueron las letras. Es un hecho confirmado cómo “That’s all right mama” descubrió un mundo nuevo para el show bussiness, desde el momento en que Elvis la grabó y comenzó a delinear poco a poco el espectáculo del rock and roll. Pero casi al mismo tiempo apareció, también en el sur, otro arcángel negro que conjugaba los mejores aspectos de ambos personajes, más aún, los desbordaba, pues no sólo empezó a destacar como efectivo compositor, sino también como excéntrico showman y novedoso guitarrista, Chuck Berry.

El hombre encargado de recomendarlo a Leonard Chess para audicionar, fue Muddy Waters, impresionado por las dotes del espigado y novel talento, y también quizá para retribuir de algún modo el espaldarazo que él mismo recibió, tiempo atrás, siendo jovencito, de quien entonces era uno de los máximos jefes del blues de Chicago, Big Bill Broonzy.

Berry grabó para Chess y así comenzó la leyenda, alejada un poco del blues pues en sus venas circulaban ideas que traspasaban las fronteras del género, pero sí de un rabioso “rhythm and blues” sin concesiones que ya no era el hillbilly atrevido de Elvis, o la guitarra hipnótica de Crudup, ni siquiera el calypso selvático de otra figura en ciernes para la compañía, Bo Didley, era la rebeldía sónica en estado puro, era la cristalización de anhelos juveniles libertarios que, en vaticinios del presentador Alan Freed, encarnó quizá como nadie el espíritu renovador de ese movimiento bautizado ya como rock and roll.

Sobra decir que los hermanos Chess dieron un golpe de autoridad, como buenos empresarios, al impulsar la mejor época del salvaje personaje. El primer hit que Berry produjo para Chess en 1955 es bastante representativo: Maybellene, una pieza festiva capaz de levantar un muerto, mientras que el lado B nos ofrece una tonalidad distinta, aquella en donde abreva de las raíces primigenias, el blues: Wee Wee Hours, una joya en tiempo lento adornada con el piano sublime de Johnnie Johnson, amigazo del alma y también protector, y desde luego la voz tranquila de Chuck, con una guitarra melancólica que llora en eléctricos gemidos.

Es cuantioso el dinero que dio a ganar indirectamente a muchos grupos devotos y solistas fieles -mencionemos sólo tres: Beatles, Stones y Beach Boys-, y por ello Chuck fue un hombre tacaño, ríspido en las negociaciones con empresarios, sabía el filón de oro que había creado y buscó aprovecharlo al máximo, muchas veces de forma cínica, como el hecho de nunca tener que lidiar con grupos en giras. Para ello buscaba rodearse en cada localidad, de ejecutantes nativos a los cuales exigía, como única condición, que conocieran a fondo el repertorio para así acompañarlo correctamente, aunque el maltrato siempre estaba latente.

Vamos, ni siquiera Keith Richards escapó a tales locuras, mucho menos, por ejemplo, sus tímidos comparsas aquel triste concierto del 8 de abril de 1992 en el Auditorio Nacional -donde de plano no hubo ninguna coordinación entre la banda, y Berry terminó dándole la espalda al público tras humillar bastante feo a sus acompañantes-, o aquél otro, no tan nefasto, de mediados de los setenta en el Teatro Ferrocarrilero, con músicos locales de trayectoria -el Cartucho Miranda y Javier de la Cueva, entre otros-, que sirvieron únicamente para testificar la presencia en nuestro país de una leyenda atemporal que entonces lucía más joven, pero que nunca dio su brazo a torcer, y que en sus actitudes rebeldes y en su música festiva, en sus riffs endemoniados, en su ritmo vigoroso, en su pasito de ganso, y en sus letras delirantes, contribuyó a modelar una de las revoluciones juveniles de incuestionable trascendencia en el siglo pasado, como lo es el rock and roll.

Chuck Berry – Johnny B. Goode

 

A pizcar al cielo, se fue Jaimito Algodón

Si algún blusero echamos de menos en México, por no haber tenido la oportunidad de disfrutarlo en directo, es a James Cotton. Y vaya que aquí tiene numerosos adeptos, ardorosos seguidores que no sólo coleccionan cuanto disco suyo pueden, sino que también han estudiado a fondo su técnica para soplar la armónica, descubriendo secretos valiosos y recursos útiles, así como él hizo a edad temprana, cuando escuchaba arrobado al primer ídolo: Sonny Boy Williamson ll. Como cantante, James Cotton también es personaje destacado.

Partió de este mundo a los 81 años, a causa de neumonía, en la ciudad texana de Austin. En vida, gozó  de abundantes homenajes, justos reconocimientos a una trayectoria luminosa que lo ubicó entre los cinco mejores armonicistas “modernos” de la historia, junto a Little Walter, Big Walter Horton, Junior Wells, Sonny Boy Williamson y el propio Cotton, todos ellos relacionados de alguna forma con el jefe, Muddy Waters.

Los historiadores colocan, de forma regular, a Cotton como el octavo armonicista en integrar la banda del Aguas Lodosas. Le antecedió “Little Sonny” Willis, y después de marcharse para emprender una brillante carrera en solitario con la “James Cotton Blues Band”, llegaron Isaac Washington y Otis “Smokey” Smothers.

Una década entera fue el tiempo en que James Cotton demostró alta capacidad como el “harpa” consentida del grupo de McKinley Morganfield, de 1956 a 1966, aunque después siguió apoyándolo en ciertas giras y grabaciones especiales, como aquellas para Blue Sky que marcaron el retorno de Muddy a las grabaciones y a las listas de Billboard, a comienzos de los ochenta.

Nacido en una plantación de algodón en Tunica, Mississippi, Cotton tuvo como primer maestro de armónica a Rice Miller, como ya dijimos. En 1953 incursionó por primera vez en estudios de grabación, para Sun Records, de allí surgió el primer gran éxito, Cotton Crop Blues. Después, con la aprobación de Muddy Waters, sustituyó a Junior Wells y formó parte de la mejor banda y de la mejor época del blues eléctrico de Chicago. A finales de los sesenta la audiencia hippie volteó los ojos hacia el sonido pesado que emanaba de su Blues Harp, por lo cual fue invitado a festivales de música pop e inclusive el gran guitarrista Mike Bloomfield le produjo una serie de emocionantes grabaciones, ahora por fortuna reeditadas en disco compacto. Vanguard, Intermedia, Buddah, Antoine, Blind Pig, Alligator, Verve y Telarc Records fueron algunos sellos para los que grabó Cotton.

También para Blue Sky apoyando a Johnny Winter en un disco excelente, “Nothin but the blues“, además de presentaciones frecuentes en festivales, clubes y universidades que solamente la edad y los padecimientos físicos pudieron ir espaciando. Su último disco, “Cotton Mouth Man”, fue editado en 2013. La imagen que de él guardamos es la de un artista profundamente vital, sonriente, solidario, una armónica que se mantuvo joven en potencia y coloratura, una armónica imaginativa y avasallante, plena, que derramó lecciones de buena técnica a lo largo del mundo, que supo rodearse de las mejores figuras en clara alusión de lo aprendido con su primer gran protector, el inolvidable Muddy Waters.

 

James Cotton & Band Live 1968

 

O que, actuando como músico de sesión, simplemente acompañó a los mejores exponentes del género. Sí, James Cotton debió presentarse en alguno de nuestros primeros festivales internacionales, debió conocer en directo el cariño de los mexicanos, y nosotros, la oportunidad de tener a la mano y de disfrutar, palmo a palmo, a otra de las leyendas vivientes del blues, como lo hicimos antes con un puñado de hombres y mujeres que hoy son míticos y nos dejaron escuela.

¡Viva James Cotton, señores, y Viva también Chuck Berry, por siempre!