Diván el Terrible

Espejito, espejito… (primera parte)

Mis lectores a partir de este número inicio en una nueva sección que llamaré Diván el Terrible, vamos a jugar un poco con la psicología, la filosofía, la estética y otras yerbas para rascarle un poco a los aspectos poco observables de la creación artística y tratar de encontrar alguna explicación, si es divertida mejor. Bienvenidos.

Soy tan hermoso, ya lo ven.
Soy tan precioso, yo lo sé.
Soy primoroso, bello, lindo, soy gracioso.
Soy exquisito yo lo sé.
Soy tan bonito, miren bien.
Y soy muy fino, soy Gordolfo Gelatino.
Juan Carlos Abara

Lo más que trataremos en esta columna serán los fenómenos que ocurren al interior de los conjuntos, a fin de analizar y sugerir alternativas para enfrentar problemáticas o describir las mejores prácticas dentro de los grupos humanos, ojalá sus comentarios sean copiosos para abordar temas cada vez más genéricos.

El ego.

El ego ¿es bueno o malo?  Voy a tratar de acotar el tema a los músicos. Es muy frecuente encontrarnos entre los artistas algunos cuyo ego es más grande que el local en el que tocamos que están convencidos de que sin ellos no sólo la banda sino el género completo sucumbiría sin ellos.

O que es tan bueno en su instrumento que el resto de los músicos no tienen derecho a ser escuchados por lo que sus instrumentos deben ser graduados a volúmenes muy bajos, el que coloca sus instrumentos y micrófono cubriendo al resto de la banda, por otro lado los que se esfuerza en encontrar mejores formas de producir sonidos o el que es exigente con la banda para que rinda más, que procura comunicar mejores formas de ejecución de cada uno de los instrumentos, esas bandas que se convierten en escuela o hasta santuario de buenos músicos.

Es interesante saber que estas dos formas de actuación están alineadas con el concepto de narcisismo, veamos de que va la idea: el Yo (instancia del aparato psíquico que entre en contacto con el mundo circundante deposita energía psíquica en representaciones como los pseudópodos de una amiba.

Freud la enuncia en 1910 para, para explicar la elección de objeto en los homosexuales; éstos se toman a sí mismos como objeto sexual; parten del narcisismo y buscan jóvenes que se les parezcan para poder amarlos como su madre los amó a ellos; vemos así como el narcisismo está vinculado a los sentimientos amorosos, más adelante observamos que ese mecanismo se manifiesta en todas las relaciones amorosas, es un encuentro en el que el reconocimiento de características de uno mismo nos identifican con el objeto de amor.

En el principio el enamoramiento dejamos en él o ella toda la energía psíquica, pero al paso del tiempo el Yo recupera esa energía, aludiendo a una especie de principio de conservación de la energía libidinal, se establece la existencia de un equilibrio entre la «libido del Yo» y la «libido de objeto»; «cuanto más aumenta una, más se empobrece la otra». «El Yo debe considerarse como un gran reservorio de libido de donde ésta es enviada hacia los objetos, y que se halla siempre dispuesto a absorber la libido que retorna a partir de los objetos».

Del mismo modo, desde un punto de vista genético, puede concebirse la constitución del Yo como unidad psíquica correlativamente a la constitución del esquema corporal. Así, puede pensarse que tal unidad viene condensada por la imagen que el sujeto adquiere de sí mismo basándose en el modelo de otro y que es precisamente el yo.

El narcisismo sería la captación amorosa del sujeto por esta imagen. La libido que afluye al Yo por las identificaciones […] representa su “narcisismo secundario”. El narcisismo del Yo es un narcisismo secundario, retirado a los objetos.

Hasta aquí mostramos como se constituye el narcisismo que, en resumen, es un ir y venir de energía psíquica hacia objetos (que pueden ser personas), que configuran las relaciones amorosas dirigidas a padres, hermanos, amigos, amantes y demás, pero ¿qué ocurre cuando esa energía psíquica (catexias) se acumula en el Yo?

Vamos a analizarlo en el próximo número.