Especial de Medianoche

Otis Spann: El blues nunca muere

Algo de mágico tiene el blues para que siga fascinando a las nuevas generaciones, como lo demuestra la aparición contínua de fanáticos y de bandas vigorosas, que se hacen presente para enfatizar su devoción por el cadencioso ritmo. Valga esta realidad para retomar el tributo que escribí a un músico legendario y a una de sus canciones más emblemáticas, The blues never die.

Es una declaración de principios, pero también es una confesión, es un lamento salido del alma, de las profundidades del ser humano, es un mensaje primigenio traducido en las ardorosas teclas de un piano.

Tuvo que ser Otis Spann, el inmortal “soul brother” del Aguas Lodosas, pianista de largo alcance y de ideas innovadoras, el responsable de esta declaración sincera, que también es el encabezado de un álbum redondo: The blues never die, cartilla y mandamiento dividido en 12 cortes, principio y fin, ruta trazada desde la ‘61 Highway’ para llegar directito a nuestro asombro, a nuestro chante, al rincón hogareño donde nos convertimos en feligreses de Spann para divulgar su doctrina y decir que, efectivamente, el blues no puede morir.

En el año de 1965 Samuel Charters, el recordado promotor cultural y etnógrafo, despachaba su tiempo entre artículos para revistas y libros sobre la música tradicional norteamericana, y entre sesiones de producción que con el tiempo se reflejarían en discos y en material fonográfico de primer orden histórico.

De los estudios de Vanguard, extrajo a la banda conformada por Otis Spann (piano y voz), James Cotton (armónica y también cantante), James Pee Wee Madison (guitarra líder) y S.P. Leary, como encargado de la batería, los cuales habían grabado una serie de emocionantísimos temas para la antología: ‘Chicago The Blues Today!’.

Un gran álbum grabado junto con otras luminarias de la época, para llevarlos a las entrañas de Prestige Records e ir dando forma a un disco que sería la continuación de esa otra propuesta subyugante, encantadora, conjunción de gigantes en la densa atmósfera de la música vivencial que es el blues llamado eléctrico.

Antes de seguir adelante, revisemos lo que dice la canción que da título al álbum que estamos comentando, The blues never die, con su traducción apegada a nuestro entorno:

Visto con frialdad, esta letra encierra las partes medulares del blues como expresión artística y como reflejo de los estados de ánimo de un ser humano. El blues viene de un lugar sencillo pero remoto, revela Spann, viene de las profundas tierras del campo sureño, de las granjas agrícolas, pero debido a su tremenda penetración y a su encanto, ha logrado extenderse a lugares inimaginables, de ahí que la gente comúnmente se pregunte ¿de dónde viene esta expresión tan neta?

El blues acompaña al hombre en sus momentos de mayor desesperanza, de sus cuitas amorosas o de represión social y económica, al igual que el tango hace lo propio en la América Latina, y sus correspondencias musicales como el fado, la canción ranchera, el bolero.

Alex Lora retomó la idea en los años setenta, al declarar sin ambages: “Yo canto el blues, porque el blues es mi único amigo. Yo canto el blues, le canto a las mujeres y al vino”. Otis Spann, pues, ya lo había adelantado, el blues no te juzga, no te pregunta de dónde vienes o dónde vas, no se espanta, el blues se contenta con acompañarte, y con transformarse, si lo deseas, en un amigo.

También es muy curiosa la última estrofa de la canción. Aunque este pianista viajaba a muchas partes del mundo en plena época del “revival bluesero”, es decir en los años sesenta, en su corazón guardaba una certeza, querer regresar algún día al profundo sur en donde nació el blues, pues este sur es también su casa familiar, el terruño añorado. Se esboza por tanto una tesis, solamente el blues es negro y solamente el blues puede florecer en dicha región, sin embargo, a todos quienes nos gusta el género, en opinión de Otis Spann, tenemos enfrente una dura misión, luchar y esforzarnos para que no muera.

La fineza de un conjunto ejemplar

De regreso al disco, cada uno de los integrantes acomete sus instrumentos con una energía dosificada, perfecta, sin estridencias inútiles, con maestría. Sin duda fue esta época la que lanzó a James Cotton como un joven maestro de la armónica, impetuoso y técnico, con filigrana precisa. Él lleva la parte vocal en cinco melodías y participa con su pequeño instrumento en el 90 por ciento del disco.

Lo escuchamos particularmente siniestro en el instrumental Lightning, un anticipo de la ejecución de piruetas que más tarde veríamos reflejadas en su paso por Budah Records o en esa joya salvaje que lleva por título Dealing with the devil, al lado de Michael Bloomfield.

Es, sin embargo, la pareja formada con Otis Spann, lo más fino de esta serie de grabaciones producidas por Charters. Aquí podemos escuchar variados ejemplos de una emotividad y de una exquisitez que por momentos roza lo lúgubre, como en el caso de la sentimental One more mile to go, ya vislumbrada anteriormente en los días de Vanguard en Cotton Crop Blues.

Si hubiera un eje en común para todos ellos, claro, lo es Muddy Waters, que en este disco participa levemente con el sobrenombre de Dirty Rivers (por cuestiones de derechos autorales). Recordemos que todos formaron parte en alguna ocasión de su banda. La guitarra de Madison puede sonar un poco apagada para el oído común, sin embargo, cumple muy bien su función de acompañar con discreción a dos instrumentos que desde un principio se revelan como fulgurantes, como las verdaderas estrellas de la sesión: piano y armónica.

Las canciones llamadas clásicas, de batalla, quedaron representadas por I’m Ready (de Willie Dixon), Dust my broom (en la versión de Elmore James) y After awhile (C. Burnette). Estos fueron los días y los años en que Spann era requerido para infinidad de sesiones, eventos y discos, en consecuencia natural a su enorme talento para sentir el blues y saber proyectarlo (la reencarnación de Big Maceo, acostumbraban decirle).

Otis murió joven, apenas arañando los 40 en 1970, cuando su fama amenazaba con volverse mundial, truncando una sólida carrera a la alza pero dando pie con su fallecimiento, a uno de los mitos más queridos para la fanaticada del blues.

Todavía en compañía de Cotton grabó un disco completo para Pete Welding en Testament, y además se dio tiempo para repartir cátedra entre jóvenes bisoños que solicitaron sus servicios y su tutela: Peter Green, John Mayall, Eric Clapton, Mick Fleetwood, Paul Butterfield, Michael Bloomfield y Donald ‘Duck’ Dunn.

Por su parte James Cotton es el último de los grandes armoniqueros de la llamada época de oro. Cuando grabó con Spann llevaba casi una década de carrera, dándole mayor realce al aspecto vocal, como podemos comprobar en su paso para la compañía Sun, sin que su estilo para soplar la armónica se perfeccionara a tal grado como cuando lo llamó el Aguas Lodosas para suplir a Junior Wells.

Su armónica permanece en el virtuosismo, en la calidad añeja y en la obstinación de seguir con la fe puesta en aquella máxima que Otis Spann nos dejó enmarcada en 12 compases, y en toda una doctrina para quien quiera tomarla: “El blues nunca muere”. Y nosotros predicamos con el ejemplo.