El Escape del Convicto

Johnny Winter y el botellazo de Pachuca

Fotos: Juan Luis Camarillo, José Antonio Pantoja, Carlos E.J.V.

Así como Jerry García describió el ambiente que se respiraba en el festival de Altamont, como si se tratara de estar en una especie de nube de azufre, lo mismo ocurrió en el estadio de Pachuca  el 13 de diciembre de 1980 cuando la chaviza ya no toleró esperar más tiempo la actuación de Johnny Winter, retrasada casi una hora, dando rienda suelta a sus rencores y protagonizando un degenere épico, en las meras barbas del equipo de seguridad  y de los escasos policías, que no atinaban a reaccionar de ningún modo.

La violencia encabezada por muchachos borrachos y drogados, explicaba otra vez la razón por la cual México era el país marginado en la agenda de las grandes estrellas del rock, pues aquí todavía imperaba la ley de la selva y no ofrecía ninguna seguridad para el artista contratado.  Además otra situación era incomprensible. Nueve meses antes  John Mayall se había  presentado en el Toreo de Cuatro Caminos con plena normalidad y en un ambiente pacífico, dos conciertos ejemplares coordinados por Armando García de la Cadena. (1) ¿Entonces qué cosa había fallado? ¿Por qué con Winter todo era catastrófico mientras que con Mayall todo había sido miel sobre hojuelas?
Pienso que el detonante fue, primero, la irresponsabilidad de los organizadores, y después, la ceguera del gobierno al poner obstáculos y seguir pensando que las concentraciones juveniles eran sinónimo de desorden social. El periplo de Johnny Winter en tierras aztecas fue, a grandes rasgos,  el siguiente. A mediados de 1980 cayó como reguero de pólvora la noticia de que el texano Johnny Winter, el albino con alma de negro, el rocanrolero fantástico de voz aguardentosa y dedos mágicos, el mejor intérprete de la Tierra de las Mil Danzas y sobreviviente de Woodstock, le llegaría a la Tierra de las Mil Tranzas, pero todavía sin mencionar el lugar exacto.

Poco después se sabría que el sitio elegido era la Ex Hacienda de Temixco, en Morelos. La promoción apareció con gran fuerza pero un rumor se desató casi el mismo tiempo, el concierto se cancelaría por órdenes superiores. En la víspera llegó Johnny Winter a la Ciudad de México sin enterarse aún de la cancelación. Quienes lo vieron en el aeropuerto así lo definen: “Es un tipo alto, delgado, tranquilo, con un calor de amistad muy a la vista… sonreía, saludaba y platicaba con el que se le acercaba. Traía puesta su gorra de cuero clásica, recogida la cabellera blanca y con un bastón en las manos…” (2).

Tiempo después el propio Winter, en compañía de su manager Peter Flynn, Robert P. Torello (batería) y Jorge Howard ofrecían una conferencia de prensa en la que, además de entregarle al albino una placa conmemorativa con el dibujo del calendario azteca, se daban los pormenores de la cancelación del evento, remarcando todos los asistentes que su deseo era tocar para el público mexicano, por lo que hacían votos para que el permiso gubernamental no tardase demasiado.

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VIOLENCIA, DROGAS Y ¿SEXO?

Y el permiso vino un mes después. Johnny Winter actuaría por fin en Pachuca. La duda consistía en la conducta que asumirían los fanáticos aztecas. Semanas atrás habían sido golpeados, asaltados y vejados, por manifestar su enojo tras la cancelación del concierto de Temixco, siendo reprimidos por la policía.
Distintos periódicos hicieron hincapié en este abuso de autoridad, y a lo mejor por ello, después en Pachuca los elementos uniformados serían mínimos.
“En las puertas hay una aglomeración terrible y no se ven policías en los alrededores. Algunos acelerados se están saltando las bardas que tienen como dos metros de altura. El ambiente se siente tenso y de repente vuelan varias piedras cerca de donde estamos…” (3)

Entre la chaviza se suelta un rumor: Johnny Winter no ha llegado, entonces el sonido local anuncia la aparición de los dos grupos teloneros. El primero se llama Daisy, un quinteto encabezado por la cantante Norma Valdés. Su repertorio no tiene demasiadas complicaciones, unos fusiles bien tocados de gente como Pat Benatar, Elvis Costello, Ray Davies y hasta Janis Joplin.

Aunque Johnny Winter no da señales de vida sube al escenario Armando Nava y sus Dug Dug’s. Los acordes de “Cambia, cambia” encienden de nuevo la mecha del personal. “Los asistentes empiezan a aventar pasto, tierra y otras cosas, varios bailan con botellas de licor en la mano y definitivamente invaden la zona reservada para fotógrafos junto al escenario” (et al). Nadie pela a Armando Nava cuando toma el micrófono y dice: “Brothers, vamos a guardar un minuto de silencio como homenaje a John Lennon, asesinado hace apenas unos días”.  Silbatina general y recordatorios maternos. La banda gruesa quiere desquitar el precio del boleto y olvidarse por un momento de tantas humillaciones cuando se trata de asistir al encuentro del rock.

El albino por fin llega al estadio pero comete el error de posponer demasiado tiempo su actuación. 40 minutos más tarde aparece en el stage, ataviado en tonos oscuros, saco de piel y la infaltable gorrita que contrasta con la blanca cabellera, flanqueado por Jon Paris, bajo y armónica, y Robert P. Torello, baterista. “La ovación se desgrana y empieza el concierto. Todos los asistentes se paran a bailar y no hacen caso de sentarse. Empiezan a volar las botellas, primero contra los de adelante y luego al escenario” (et al). Según parece, el albino tiene preparado un repertorio con puros rocanrolitos antiguos. A la segunda melodía se le rompe una cuerda y refleja un poco de contrariedad.

Reparado el incidente se arranca con Good Golly Miss Molly, al tiempo que una lata de cerveza pasa muy cerca de su cara. El incidente no puede ser ignorado. Su manager detiene la canción y muy nervioso le pide al público –en lamentable spaninglish- “por favor muchachos, compórtense” pero nadie le hace caso. Winter aguanta vara y acomete los acordes de Johnny B. Good, pese a que varias botellas van a dar a las personas colocadas en las filas de adelante.

Las malas vibras que flotaban en el ambiente indicaban que algo grave sucedería, y sucedió. Un botellazo colocado certeramente en las partes verendas del guitarrista, cortó abruptamente la canción “Popotitos”  y con ello la actuación del albino. Tras desconectar su instrumento muy enojado, masculló algo sin duda con dedicatoria especial para los mexicanos, y se fue para siempre de suelo azteca. Lo que sucedió después entre la gente que amotinada buscaba la salida en medio de la confusión, es mejor olvidarlo. Al día siguiente, únicamente su baterista opinó brevemente sobre lo sucedido:
– Estamos muy molestos, pudimos tocar muchísimo más tiempo y el público lo arruinó. En fin, ellos se lo perdieron…

Y en verdad que nos perdimos de disfrutar a uno de los guitarristas modernos más excelsos, un hombre que aún aportaría muchas cosas al mundo de la música, y especialmente, al universo del blues con todo ese apoyo brindando a la “resurrección” de Muddy Waters. Para Ripley, aquí los mexicanos tuvimos nuestro propio Altamont y ahuyentamos a Johnny Winter.

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1)    Alcántara, Luis Eduardo. Looking Back, el concierto de John Mayall en el Toreo. Palabra de Blues Antología 1, Ediciones Endora, pág. 143
2)    Pluma, José Luis. Cómo es Johnny Winter en persona. Conecte número 193, diciembre 1980.
3)    E.J.V., Carlos. Historia de un botellazo. Sonido número 53, diciembre 1980.