Hasta la vista… Mario
El día que partiste, Mario, llegué a despedirte en compañía de mi tío. Aún no daban las diez y en la agencia se encontraban Marcelino y Antonio, dos buenos camaradas tuyos, y desde luego también míos, y juntos nos reunimos en una sección para hablar de la amistad y del eje en común que ha sido la música en nuestras vidas. Tu hija Maricel había salido a desayunar y junto con ella, otros familiares.
Es curioso, la persona que me acompañó cuando te conocí, allá en 1988, también fue mi tío, y ahora volvíamos a coincidir los tres pero en circunstancias diametralmente opuestas. Recuerdo que ese día me vendiste un disco importado por primera vez, con la advertencia de ser «muy raro«: Jimmy Reed, marca Antillas. Ya en aquél tiempo tenías fama de ser el coleccionista de blues más aferrado del país. Había otros que arañaban el sitio, como Vicente Ugarte, Lalo Guerrero o Victor Knap, pero con el paso del tiempo los desbancarías en conocimientos y en material acumulado.
Mucho material, por cierto, quizá cinco mil discos de vinil, otros miles en formato digital, cientos de películas, cassettes y libros, sin contar las fotos impresas, los pósters, los cuadros, los objetos variopintos que, al irse acumulando, llenaron completitos dos cuartos y un poco más, de tu morada, en la colonia Obrera.
Desde la calle nos recibías, Mario, asomado por la ventana, luego bajabas y abrías el pesado portón, para subir al primer piso y ahí proceder a acomodarnos como mejor fuera, porque el blues ya lo había abarcado todo. Siempre fuiste selectivo con tus amistades, muy exigente y hasta gruñón, pero cuando lograbas conocer a la persona, terminabas por brindarle una amistad sincera y franca, en donde las recomendaciones para conocer el blues desde las entrañas, era tu sello.
Así te convertiste en el maestro de muchos de nosotros, en el guía infalible, en el juez imparcial, en la brújula definitiva para poder transitar en el fascinante mundo de los ritmos sincopados. En las paredes de tu casa en lugar de cristos y de santos, había colgadas decenas de fotografías de tus amigos y conocidos, la mayoría músicos en acción, y también carteles de festivales, portadas de discos, retratos de bluesistas famosos, banderines confederados, propagandas, botones, placas de automóviles, vasos y botellas, en fin, objetos que por alguna razón, apreciabas mucho.
Ahora tus amigos habían desfilado desde horas atrás para decirte adiós, Rafa García, Raúl de la Rosa, Jorge García, Victorio Montes, Vicente Ugarte, por citar solo algunos; y muchos otros que a través de las redes comenzaban a mostrar su tristeza por tan infausta nueva. Marcelino, Tony y yo, por nuestra parte, aprovechamos el tiempo para rememorar muchas anécdotas vividas contigo.

Maricel, por otro lado, subió el volumen de su celular y en varias ocasiones puso la canción que Emilio Franco te había dedicado y que refleja el cariño y el respeto que decenas de alumnos te siguen dispensando por tu labor formativa. Toño Pantoja y Víctor Méndez llegarían después, para unirse con nosotros en el duelo.
Porque para tí el blues debía respetar la negritud del origen, tanto de las poblaciones rurales norteamericanas, como de las ciudades en donde adquirió los matices eléctricos y cosmopolitas que conquistarían al mundo; sin embargo, eso no impedía que reconocieras el talento y el tremendo aporte que músicos de raza blanca, y sus respectivos grupos, le otorgaron para su difusión, por ejemplo Canned Heat, Mike Bloomfield, Hollywood Fats, Rod Piazza, Kim Wilson, Mick Taylor, Junior Watson, Duane Allman, William Clarke, Johnny Winter, Peter Green, Paul Butterfield, y muchos otros.
Te apasionaba tanto hablar de dichos temas que, estábamos seguros, hasta podrías levantarte de tu sitio para unirte con nosotros a charlar y corregirnos o regañarnos o felicitarnos por nuestras elucubraciones, y de paso, pedir que nos trajeran alguna cerveza bien fría, o alguna botana preparada con mayonesa y atún o alguna carne asada con nopalitos y cebolla.
Cuánto extrañamos ahora ese tipo de pláticas contigo, querido Mario. Cómo se extraña tu presencia. Cómo extrañamos tu programa de radio El Blues Inmortal, una especie de curso larguísimo en donde abrevamos de las aguas pantanosas pero reconfortantes de los mejores exponentes del género. Extrañamos tu figura apostada en la esquina tradicional del tianguis del Chopo, con tu maletín en mano resguardando tus muchas joyas, y tu cachucha azul y tus lentes oscuros, y tu camisa gris contrastando con la blancura de tu barba.
Algunos te echarán de menos en la atestada vecindad en donde el ruido y la confusión son los rasgos principales de una convivencia caótica. Se extraña tu presencia en primera fila en toda clase de conciertos y recitales, y en conferencias y tocadas. Los de la vieja guardia preferimos evocarte en la Cervecería la Fuente y en la Casa Ballina, sitios en donde cultivamos la amistad y el conocimiento por el blues, de forma pausada y sin prisas, al calor de conversaciones y de ricas botanas con refrescantes bebidas espirituosas.
Hoy te evoco en la cabina de Estéreo Joven, en donde te animaste a tocar la armónica con la condición de que apagaran las luces, y así soltaste algunas figuras sorpresivas emulando el relincho que solía ejecutar Carey Bell, aunque me parece que solamente aquella vez te salió pero con eso fue suficiente para inmortalizar tu arrojo en la memoria de quien esto escribe.
Hoy te has marchado, Mario, pero tu recuerdo nos ha dejado muchas cosas positivas, muchas vivencias y enseñanzas. Ahora que puedes codearte allá arriba con Willie Dixon y Muddy Waters, Freddy King, Magic Sam o Sonny Boy Williamson, acude a verlos en peregrinación divina junto con la banda de amigos de antaño: Panchito Ruiz, Luciano Hidalgo, Víctor Camacho y su esposa Silvia, también Arturo Morales, el Donovan, el Capitán Chorizo (José Luis Torres), Pepe Hunter o el siempre recordado Chuz de Michoacán, en cuya huerta el blues sonó varias veces en cálidos compases de guitarra, armónica y tololoche.
¡Hasta la vista querido Mario, que el blues siga contigo, porque el blues, como decía Otis Spann, no morirá jamás!