Federico Arana: Los roqueros no traicionan a la patria
Los días 18, 19 y 20 de noviembre de 2025 se llevará a cabo en la Biblioteca Central de la UNAM un evento denominado “El estruendo del sonido y la furia de las letras: El rock mexicano entre libros», en el cual se le rendirá un homenaje a Federico Arana (Tizayuca, Hidalgo, 1942), en reconocimiento a su trayectoria desarrollada en el rock mexicano.
Además de ser compositor, guitarrista y cantante, con una vertiente relacionada con el blues como fundador del grupo Naftalina, Federico es biólogo de profesión y un ingenioso caricaturista. En virtud del homenaje que recibirá en el citado evento, esta vez presentamos una entrevista realizada en 1989 en la que Arana habla acerca de Roqueros y folcloroides, el más reciente de sus libros en ese entonces, y expresa ideas acerca del rock mexicano y de la crítica musical que hoy en día pueden ser motivo de reflexión porque no han perdido su vigencia.
Federico Arana, es su libro Roqueros y folcloroides, analiza dos movimientos según él afines en su origen: el rock y la canción de protesta o «folcloroide». Dicho ensayo es uno de los pocos que sobre rock se han escrito en México. Se publicó después de 10 años de espera.
No puedo presumir de estar absolutamente al tanto de todo —expresa Arana—, pero tengo la impresión de que el ensayo sobre músicos, incluido el rock, en general no es una materia socorrida en nuestro país. El ensayo, como su nombre lo indica, pretende interpretar algún fenómeno, provisionalmente, de una manera amplia. Sin limitarse a un grupito o a las actitudes de cierta gente, sino abarcando lo que significa todo un movimiento, como en este caso lo son el rock y la canción folcloroide o de protesta.
Las mejores aportaciones para el entendimiento del rock en México provienen de la literatura, de un sector del periodismo y de los escritores que mediante el ensayo han elaborado interpretaciones diversas, como José Agustín o Parménides García Saldaña, por mencionar un par de ejemplos. Tal es el comentario que formulamos a Federico Arana, escritor y pilar del grupo Naftalina, antes de pedirle que amplíe su punto de vista sobre lo que se ha hecho en México para aproximarse al rock desde una óptica ensayística. Arana medita su respuesta unos segundos y reconsidera.
Ahora que me pones a pensar, sí hay mucha gente que ha abordado el rock, pero lo ha hecho más bien en plan de crónica y con una intención didáctica, casi siempre para mostrar aspectos que ya se han dicho sobre el rock como movimiento social o sobre la importancia que puede tener como medio de comunicación. Por eso creo que aparte de Sergio González Rodríguez (aunque seguramente omitiré a algunos) no veo que haya mucha tendencia hacia el ensayo sobre el rock en México. Ojo: no confundir con crítica o crónica.
Los mismos roqueros no se preocupan mucho por saber quiénes son. Tú ves que, por ejemplo, aparece El Tri en la televisión y enseguida sueltan el rollo de lo que significa el movimiento; pero es para definirse ante ciertos grupos sociales, con tópicos que ya se han repetido hasta la saciedad como que el rock es un género de vida, que si la inconformidad, que si la voz de los marginados…
¿A qué atribuirías la escasez de ensayos sobre rock?
Me imagino que es un asunto muy complejo. Tal vez no hay mucha tela de donde cortar. Quizá se debe a la falta de facilidades para publicar libros. A mí, Roqueros y Folcloroides me costó como unos diez años de espera, y eso que no soy un novato. Entonces, un cuate que empieza está frito si pretende escribir un libro de esa índole. Además, el editor se encuentra con que del otro lado no hay respuesta. La verdad, para qué nos engañamos: la mayor parte no digamos de los roqueros sino de nuestros paisanos en general, no lee.
La editorial Joaquín Mortiz, con Roqueros y Folcloroides y Los usos de la radio de Alain Derbez, abrió una serie llamada Rock y Literatura. ¿Significa este hecho que la industria editorial empieza a fijarse en el rock?
Sí, claro. Tal vez porque hay gente más joven trabajando en esas editoriales. Yo no puedo decir que Mortiz no haya apoyado no sólo a la literatura sobre rock, sino a cualquier otro tipo de literatura joven. Conviene recordar el caso de Juan Villoro, quien también estuvo esperando mucho tiempo en una editorial para publicar un libro y finalmente tuvo que llevárselo a otro lado.
A mí se me haría muy difícil imaginarme que de pronto saliera un libro sobre rock de alguien que fuera un perfecto desconocido, de alguien que no se hubiera fogueado en la prensa, que no tuviera un cierto nombre. Incluso el libro de Jaime Pontones tiene la ventaja de que es sobre Dylan y eso ya es un gancho. Pero él es un tipo que durante mucho tiempo ha dado clases de comunicación. También tiene un programa de radio con bastante auditorio. De otra manera es muy difícil que llegue un chavo a iluminar sobre lo que es el rock y aparezca de la nada con un libro.
¿Cómo entiendes el concepto de «cultura de resistencia» o «contracultura”?
¿Yo manejo este concepto? La verdad es que no me acuerdo.
La pregunta viene de un párrafo de Roqueros y Folcloroides, donde expresas el propósito del libro: «Ocurre, simplemente, que haciendo a un lado las ganas de fastidiar, uno ‒tan roquero y tan folcloroide como el que más‒ se atreve a contribuir al trabajo de quienes han procurado comprender o hacer la crónica de la cultura de resistencia en México: Enrique Marroquín, Fernando de Ita, José Agustín, Víctor Roura, Oscar Sarquiz, Carlos Chimal, David Siller y Juan Villoro entre muchos otros».
Bueno, en ese sentido lo entendería simplemente como aquéllos que no se dejan embaucar por los medios de comunicación más socorridos. Quiero decir que hay toda una maquinaria para darle a la gente la basura que le están dando.
Te voy a poner un ejemplo que me parece tremendo: conozco a los chavitos de Bla Bla Bla, son chavos roqueros de hueso colorado ‒¡de veras!‒ y muy buenos músicos. Sin embargo, el disco que grabaron es una basura. No sé si lo conozcas, es el que dice: «No voy a mover un dedo». Es un hitazo. Es el número uno nacional, o el segundo. Entonces es trágico que a estos chavos realmente talentosos los agarre la maquinaria espantosa y los obligue a grabar esa bazofia.
Por otro lado, es la única manera en que esos chavos pueden ganar algo de dinero. Yo entendería por cultura de la resistencia precisamente a la gente que está contra eso a como dé lugar.
El concepto contracultura se ha traducido mal porque se plantea como algo que va contra la cultura y no es eso lo que quiere decir. Contracultura quiere decir algo así como ‘complemento de la cultura’. Aquella traducción es muy alegre. La idea común que se tiene de alguien que está interesado en la contracultura es la de un tipo que va contra, qué te voy a decir, los que serían los valores culturales de México, como Palenque, Teotihuacan, Rulfo, Diego Rivera… ¡Es absurdo!
Pero el término contracultura sí connota oposición, disidencia.
Claro, pero no quiere decir que estés contra la cultura, sino que es un complemento con otros enfoques. No quiere decir que vayas a demoler todo eso. Y tú lo ves claramente en los roqueros. Muchos de ellos están interesados en las culturas prehispánicas o en Rulfo, concretamente. Se ha intentado incorporar elementos por el estilo para hacer un rollo más rico.
¿Cuáles son las principales aportaciones de Roqueros…?
Evidentemente, el libro tiene muchas cosas que están como de relleno, por ejemplo, la carta a Beno Lieberman, aunque éste sí tiene que ver con el libro. Beno Lieberman fue muy importante en la gestación del movimiento folclórico en México, pero ese no era un capítulo indispensable. En realidad la sustancia del libro está en los primeros capítulos.
Lo que señalaría como una contribución, pues no creo que antes se hubiera dicho, es en primer lugar que los dos movimientos aludidos surgen sincrónicamente en los Estados Unidos ‒de donde todo el mundo se contagia‒, y que son movimientos muy afines a pesar de que se haya pretendido presentarlos como antagónicos, como antípodas, lo cual es un cliché muy gastado que surgió a raíz del 68. Yo confieso que con un deseo de fastidiar al prójimo y con un poco de venganza, fui recopilando una serie de datos que me iban dando todos los indicios para demostrar que (los folclóricos) son una tontería.
¿De venganza contra quién?
Por ejemplo, contra la gente que señalaba a los roqueros como víctimas del colonialismo. Lo que sostengo aquí es que los folcloroides y los cantantes de protesta son víctimas de algo mucho más grave: la penetración cultural. Es el colonialismo inconsciente, cuando te colonizan pero tú no lo sabes. Y luego, pues la idea de que el colonialismo es un fenómeno histórico normal. Quiero decir, siempre ha ocurrido.
No se puede afirmar que los roqueros son unos mutantes que surgieron de la nada traicionando a la patria. Eso es absurdo. La cultura mexicana es toda una sucesión de colonialismos. Si oyes música francesa del siglo pasado es impresionante ver cómo influía en nuestros autores como Felipe Villanueva, Lerdo de Tejada ‒que de pronto salió con un rollo muy nacionalista‒, e incluso Manuel M. Ponce. Eso es lo único, aparte de la gran cantidad de datos históricos, no creo que haya mayor aportación.
El de la crítica es uno de los principales temas subyacentes al tema central de tu ensayo. En una parte del mismo sostienes que la crítica es «indudablemente escasa». ¿Es tan escasa que parece inexistente?
Toma en cuenta que dicho libro lo escribí hace diez años. Aunque lo he actualizado quitando y añadiendo, en fin, hay puntos como éste que ya no resultan del todo válidos. Claro, tampoco se puede afirmar que hay una crítica de lo más profusa, pero lo que había en aquel tiempo era mucho menos de lo que hay actualmente. Ahora sí hay más crítica. Hay mucha gente interesada y no sólo en el Distrito Federal. Muchas publicaciones de provincia incluyen crítica de muy buen nivel.
Al preguntar si en el caso del rock se ningunea a la crítica como suele suceder en el medio literario (y no nada más en éste), Arana responde: «Seguramente con más razón…», pero rectifica:
No sé si la crítica sea ninguneada en el medio literario. Yo creo que no. Bueno, puede ser ninguneada en el sentido de que la gente tiene conciencia de que muchas veces la crítica está determinada por las mafias, por una serie de factores subjetivos o porque el crítico de plano es muy pendejo, eso todos lo sabemos de sobra, pero no en el sentido de que la gente no le haga caso.
Cuando hablo de ninguneo me refiero a que es frecuente que se niegue la existencia de la crítica.
En el caso del rock no sólo eso: también dicen que el rock no existe, lo cual es una aberración. Pero ocurre que mucha crítica de rock aparece ‒me imagino que habrá gente que saltará de su asiento cuando lea esto‒, en medios relativamente elitistas. Son periódicos para gente que lee, como La Jornada. Yo diría que muchos roqueros de México están absolutamente al margen de todo eso. Ni siquiera tienen cuates que lean La Jornada. En ese terreno están desinformados, andan a ciegas: ningunean la crítica porque desconocen su existencia.
Hay casos, como mi libro Guaraches de ante azul (cuatro tomos), que son otra cosa. La gente lo conoce porque todos salían ahí; pero hay muchos otros libros con información valiosísima, como los de Roura, Juan Villoro o Alain Derbez, desconocidos masivamente. Los rocanroleros, evidentemente, actúan al margen de esas críticas. No es que las ninguneen, es que no tienen acceso a los medios donde aparecen. Es más, creo que quienes leen crítica de rock no son músicos, son aficionados.
¿Qué función cumple esta crítica si no llega a los que serían sus principales destinatarios, aunque no los únicos?
No, ¿pero por qué dices eso? Yo creo que el principal destinatario no es el músico sino quien escucha música. No veo que por ahí exista algún problema. No vas a estar haciendo crítica para fastidiar o dar guayabazos a tres o cuatro músicos.
¿Cuál sería, entonces, la función de esta crítica?
Pues para mí sería, sobre todo, enriquecer el medio. Que la gente, en constante interacción con músicos, críticos, etcétera, resulte menos estrecha de miras, menos ramplona, menos mezquina, menos frívola. Digamos que todo eso puede salir a la luz con la crítica. Por hablar del rock, tendríamos un rock más ambicioso, más pulido…
Reconozco que en México el rock ha sufrido una constante represión y que debe denunciarse este hecho cuantas veces sea necesario. Sin embargo, sucede que de tanto defender al rock se cae en la complacencia, en no señalar las fallas…
Sí, puede ser, porque además aquí ocurre algo similar a lo que pasa con los judíos, con los homosexuales o con cualquier minoría oprimida: se produce un impulso gremial de autodefensa y conservación; pero lo curioso es que hay quienes afirman que no hay tal agresión.
En una mesa redonda Juan Villoro afirmó que tales eran paranoias de los roqueros. «Será que no te has metido a ver cómo está realmente el asunto», le dije. Eso me parece muy curioso. Claro que un espíritu crítico como el de Villoro a lo mejor se da cuenta que mucha gente quiere llevar agua a su molino haciéndose la víctima. Pero negar que el rock ha sido perseguido en México es verdaderamente absurdo. En algunos terrenos lo ha sido de una manera muy dura, terrible, como es el caso de los chavos banda. Están sometidos a toda clase de atropellos por parte de la policía.
Ahora, hay de todo. Seguramente hay autocomplacencia. A veces pienso si no me estaré pasando en esa vocación de más o menos defender la causa roquera. Eso es lo que pienso en mi fuero interno, pero hay quienes creen que soy antirroquero porque me meto mucho con el rocanrol mexicano de los inicios. Me detestan por eso. Ese es un problema de gente acostumbrada al guayabazo pleno, se asustan en el momento en que criticas algo. Es una tradición horrible de la crítica de música en México que creo que con el rock ya empieza a pasar.
¿En qué forma?
En todos los libros de música popular publicados en México todo era maravilloso, todos se querían mucho, todo era perfecto, todos eran geniales. Cuando son libros que llegan hasta la época del rock se meten con saña contra él, pero nunca reconocen que todos esos boleristas, rancheros, rumberos, etcétera, también pretendieron rocanrolear. Eso sí es complacencia abyecta. No hay por dónde agarrar esos libros de música. Son basura pura. Uno los lee porque alguna información valiosa se encuentra ahí sobre lo que pasó.
¿En el caso del rock mexicano, qué consecuencias ha tenido la escasez de crítica?
Seguramente la consecuencia es que la gente muchas veces no tiene la manera de verse desde una perspectiva más amplia y sigue cometiendo los mismos errores. Pero te estaba diciendo antes que la crítica puede lograr una interacción en el medio que haga a la gente elevar su estatus a un nivel más saludable, permitiéndose competir con la música de otros países. Podría ser, pero no pasa… por eso, porque todo es pobre.
La mentalidad de los directores artísticos es pedestre. Son más papistas que el Papa. Tienen una actitud decimonónica: no vayas a decir pinche porque entonces ya no te hacemos el disco, no hables más que de amor y en términos totalmente frívolos, no critiques. El público también es poco exigente porque está acostumbrado a creer que Flans es la cumbre, y no lo es.
Hay grupos españoles o argentinos que están más trabajados, que son más ambiciosos, pero aquí no: la gente se duerme en sus laureles. Sale un grupo con éxito y le repiten los mismos clichés. Sale un grupo prefabricado, lo impulsan a lo loco, lo hacen mierda y a otra cosa. Es un medio verdaderamente atroz.
Hasta desde un punto de vista más pragmático, lo que pudiera llamarse la política musical es desastrosa. La industria del rock podría ser una industria muy próspera en este país, y no lo es. No hay nada, sólo unas cuantas compañías underground. En España la cantidad de divisas que obtiene el gobierno gracias al rock es impresionante ‒y España no es una potencia‒, ya no digamos Inglaterra o Estados Unidos. Pero aquí siguen con esa consigna paternalista, bananera: ‘hay que preservar los valores de la familia mexicana’ «.
Cuando describes a los «folcloroides» como «relativamente intolerantes» o de plano cerrados a la crítica, y te refieres a los roqueros como «volterianos» (por aquello de la duda y el escepticismo) me da la impresión de que idealizas a estos últimos, el roquero no es tan abierto a la crítica como pudiera parecer.
Estoy hablando en términos generales. Obviamente, tenemos muchos roqueros que por su actitud ante el mundo, aunque se creen muy heavys, de roqueros no tienen nada. El rock es más crítico, más cáustico, más cambiante; pero insisto, hay gente, como dices tú, sumamente intolerante en el rock. De eso no me cabe la menor duda.
¿Y en cuanto a la autocrítica en los músicos de rock?
Es escasísima, aunque posiblemente no tan escasa como en el medio folcloroide en México.
José Agustín ha dicho en varias ocasiones que cuando él empezó a escribir sobre rock, a mediados de los 60, el medio intelectual mostraba una abierta animadversión hacia el género. Si es que estás de acuerdo con ese señalamiento, ¿ha cambiado dicha situación en la actualidad?
Si, ha cambiado un poco, pero un poco. En México hay intelectuales que están absolutamente al margen de todo lo que no sea aquel concepto de la cultura excesivamente académico y exquisito, y es gente que no baja del limbo ni a patadas.
Pero la verdad es que también hay quienes no son así. He leído a gente de la URSS, España o Estados Unidos ‒que según nuestro caló ya se considerarían de la ruquiza‒ que al referirse al rock lo hacen dándole la importancia que tiene, muchas veces reconociendo: «a mí no me gusta pero es importante por esto y por lo otro». En cambio hay otros a los que el rock les parece cosa del hampa. En este sentido no creo que dichos intelectuales tengan mucha diferencia con la gente común y corriente.
En México cualquier ama de casa que se respete piensa que el rock es nefasto, que no tiene que ver más que con las drogas. Y con esos intelectuales pasa lo mismo: no les hables de rock. Es más: no les hables de cultura popular. Lo que veo con mucha claridad es que Fernando Benítez, quien es un ejemplo de este tipo de intelectuales, tuvo el acierto de incluir a Carlos Monsiváis en el suplemento La Cultura en México.
Aunque Benítez es absolutamente impermeable al rock y a casi todo lo que ahora entendemos por cultura popular urbana, tuvo un papel importantísimo por el solo hecho de haber incluido a Carlos Monsiváis, porque Monsiváis sí se ocupa de la cultura popular, aunque en un principio tendía a despreciar al rock. Recuerdo que cuando Avándaro él estaba en Londres y escribió un artículo diría yo bastante intolerante o desinformado sobre los chavos de Avándaro, pero creo que actualmente no lo suscribiría. Hoy tiene una actitud distinta.
Lo que sí es cierto es que gracias a Monsiváis, en el suplemento que dirigió y en todas partes donde él ha tenido cierta injerencia, sí se ha dado cabida a esos movimientos, especialmente a los movimientos marginales. Por ejemplo, el feminismo, la reivindicación del homosexualismo, no sé…, el teatro de revista, el rock. Todas esas expresiones tienen mucho que agradecerle a Monsiváis e indirectamente a Benítez. Ahora sí ya se da otra situación. Y creo que se está contagiando.
En España, por ejemplo, El País, que es el modelo de La Jornada y del unomásuno, es un periódico que le da una importancia decisiva al rock, pero decisiva. Siempre aparecen artículos sobre el tema. Los conciertos importantes siempre están reseñados. Incluso he visto artículos de Ramoncín o de Gurruchaga sobre el rock. O sea, se preocupa en acudir a la gente que conoce el tema. Y para nada se puede decir que El País tenga una actitud antirroquera como pasa aquí con muchos diarios, que están buscando a ver dónde ponen la nota amarilla sobre el rock.
La pregunta anterior te la hice porque en Guaraches de ante azul dices que en Estados Unidos e Inglaterra, el rock ha sido largamente reivindicado por ensayistas, musicólogos, sociólogos y por especialistas varios. En cuanto a México, ¿hace falta que el rock sea reivindicado?
Eso ya se ha estado haciendo mucho, claro, en cierta clase de gente, en ciertos medios. Es gente que lee La Jornada o el unomásuno que, por decir algo, conoce a los escritores de la generación beat, que sabe quién es Lawrence Ferlinghetti. Ante esa gente no hace falta reivindicar el rock para nada. Quiero decir, aunque no sean roqueros, es gente que reconoce que en el rock hay algo valioso.
Bueno, te refieres a un sector en especial, pero la pregunta va en el sentido de reivindicar el rock a un nivel social más amplio.
¡Ah, sí ¡Hace falta reivindicarle, claro. ¿Por qué?, pues por la imagen que tiene. Tú puedes escribir muchos artículos y muchos libros, ¿pero cómo vas a competir contra Televisa? ¿Cómo vas a competir contra Imevisión cuando hay la consigna de que no se toque rock? (La hubo en el sexenio pasado, no sé en éste qué pasará). Todos los programas que querían incluir rock lo tenían que incluir disfrazado de asunto cultural: entrevistas, jazz, teatro, y así, pero un programa de rock ni de chiste.
Paradójicamente, cuando hay lana de por medio, cuando de veras es un buen negocio, entonces hasta Televisa pasa a esos roqueritos españoles que dicen «culo», «tetas», con un bip para censurarlo. ¿Cómo vas a contrarrestar eso? El común de la gente, las señoras de clase media, los señores, las muchachas que en su peculiar mentalidad se consideran unas señoritas decentes piensan eso, que el rock es una música mala, perversa, amenazadora, pagana…
A partir del auge del «rock en español», de dos años a la fecha, se ha escuchado rock en una cantidad sin precedentes en México. ¿Dicho auge ha tenido una repercusión favorable, en el sentido de que ahora se comprenda mejor la naturaleza del rock?
Yo creo que sí, algo habrá de eso. Aunque creo que en el 60 o 61 también se escuchó mucho rock; pero al margen de eso creo que sí. Claro, mucha gente ve que hay roqueros que hacen conciertos o que hablan contra la droga cuando los entrevistan, y resulta que no son tan malos ni tan brutos como la gente piensa.
Ha habido algún avance pero, en fin, el común de la gente sigue con los prejuicios. Y es que lo han hecho bien: siempre que ha habido algo, han conseguido provocadores que arman algún escándalo y luego salen conque ‘ya ven, en México no se puede’. El discurso de esa gente es como de retrasados mentales, es como decir que los mexicanos somos una raza inferior o yo qué sé…
Algo así quiere decir porque si aseguran que en México no se puede tocar rock, uno pregunta ¿por qué no en México y en otros lugares sí? Ahora en la URSS el rock es un fenómeno cotidiano y esa gente te dice que en México no. ¿Qué pretenden? ¿Que la gente aquí es distinta? ¿Que es peor? ¿Que aún no estamos preparados para la democracia?
Selección bibliográfica:
Las Jiras (novela, Premio Villaurrutia), Ed. Joaquín Mortiz, México, 1973
Enciclopedia de latinoamericana omnisciencia (cuentos), Ed. Joaquín Mortiz, México, 1976.
La música dizque folclórica, Ed. Posada, México, 1976.
Delgadína (novela), Ed. Plaza y Janes, Barcelona, 1978.
Guaraches de ante azul (Historia del rock mexicano en 4 tomos), Ed. Posada, México, 1985.
Huitzilopochtli vs los rocanroleros de la noche, Cuadernos de Las Horas Extras, México, 1988.
Roqueros y Folcloroides, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1988.
Discografía:
Naftalina, CBS, 1977.
Naftalina, RCA, 1982.
Naftalina, Historia del rock de aquí, de México, Discos Transa (doble), 1986.
Los Sonámbulos, En vivo y en obsceno, Discos Transa, 1987.
Naftarana, La boa criminal y las 9 más picudas del jip tareid, Discos La chichi de oro, 1988.
Arana Solo, Canta nafto canta, Borborigmo Records, (por salir a fines de) 1989.
Entrevista publicada originalmente en:
Diálogo, revista de la Universidad Autónoma de Zacatecas, n° 12, septiembre-octubre de 1989.
