Lado B

El Blues, la cárcel y la libertad

“…No he estado en prisión por asesinato,

pero sé lo que es la cárcel.

Sé sobre apostar,

y sobre viajar al final de autobús.

Le hablo a la gente de ello…”

Brownie McGhee


El Blues, la cárcel y la libertad a través de la música

El Blues nació, creció, se reprodujo y decayó, en circunstancias íntimamente relacionadas con la esclavitud y sus consecuencias, tales como abuso de autoridad, discriminación y violación a los derechos humanos, en las que constantemente se veían involucrados los músicos de blues, principalmente los músicos itinerantes. Aunado a aquellas complicaciones con las que tenían que convivir los bluesman para ejercer su actividad, también era muy común que estuvieran involucrados en peleas y escándalos provocados por el consumo del alcohol y las drogas.

Muchos de ellos fueron víctimas de agresiones que los lesionaron y otros desafortunadamente perdieron la vida. Los excesos, los abusos de autoridad, la marginación y el racismo, las adicciones, las deudas de juego, el tráfico de alcohol y drogas, incluso los celos eran el común denominador en la vida de los músicos de Blues, y como consecuencia la entrada y salida de las cárceles eran algo habitual, parte de su itinerario de vida. La permanencia de los músicos de blues en los centros de reclusión sirvió de retiro espiritual y  una dolorosa fuente de inspiración.

Manuel López Poy en su libro “Todo Blues” comenta: “…Entre la endémica situación de marginación y pobreza, la presión racista de las fuerzas del orden y sus incursiones delictivas, los afroamericanos se convirtieron en los principales pobladores de los centros penitenciarios del sur del país durante la primera mitad del siglo XX y eso, obviamente tuvo su reflejo en el blues. Prisiones como la de Angola, en Luisiana, o la granja penitenciaria Parchman, en Misisipi, fueron tan importantes para el desarrollo del blues como la plantación Dockery en el Delta o los clubs de Beale Street en Memphis…”. (Todo Blues, Manuel López Poy, 2018, Redbook Ediciones, s.l. Barcelona).



Alan Lomax fue una figura importante en el folklore y la etnomusicología, conocido por su trabajo teórico, defensa cultural y programas públicos fundamentales. Hijo del pionero académico estadounidense y defensor de la cultura popular, John A. Lomax, inició con su padre una serie de visitas a la prisión de Parchman en donde la abundancia de música fue apabullante. Padre e hijo volvieron en varias ocasiones pero nunca consiguieron registrar toda la riqueza musical que ofrecía la cárcel, tan solo un diez por ciento de todo lo que escucharon. Los Lomax oyeron a las reclusas que cantaban apasionadamente junto a sus máquinas en la sala de costuras. La misma sala donde Mattie May Thomas grabó su Dangerous blues.



También se registraron las mencionadas worksongs en forma de llamada/respuesta que cantaban los hombres en las cuadrillas de trabajo mientras construían el ferrocarril o el dique del Mississippi. O las canciones de golpe de hacha donde los prisioneros se alineaban en una o dos filas y levantaban sus hachas para cortar madera. El golpe de las cuchillas contra el suelo marcaba el ritmo del trabajo y de la canción. “Se podían escuchar esos asombrosos coros desde varios kilómetros de distancia”, confesaba Lomax. Asimismo, había lugar para los espirituales que se entonaban en las ceremonias religiosas del domingo. Todas estas manifestaciones se enmarcaban dentro de la tradición africana de canciones para acompañar la tarea diaria. Para Lomax, es como si la herencia de África perviviera aún en los Estados Unidos.

“…You keep on talkin’ ‘bout the dangerous blues

If I had me a pistol, I’d be dangerous too

Yeah, you may be a bully, then but I don’t know

But I fix you so you won’t give me no more trouble in the world I know…”

Mattie May Thomas, Dangerous Blues

Todo el tiempo hablas de lo peligroso que es el blues. Si yo tuviera una pistola, también sería peligrosa. Sí, quizás seas un matón. En realidad no lo sé. Pero te aguanto, así que no me des problemas nunca más… Seis meses no son una condena. Cariño, nueve años no es nada. Tengo un colega que ha estado en la casa grande desde los 14 hasta los 29. La cárcel fue mi principio; la penitenciaría está cerca de ser mi fin. La silla eléctrica me queda demasiado grande. Te lo voy a decir, cariño, como el tano le dijo al judío: si no te gusto, hay cosas tuyas que tampoco me gustan a mí”. (Del artículo “Un blues peligroso en la prisión de Parchman”, escrito por Manuel Recio, en Jot Down).

En Parchman, Lomax descubrió la realidad de las cárceles sureñas, una realidad marcada por el racismo más atroz, la esclavitud encubierta y la vida sin futuro de miles de hombres que habían acabado entre rejas con o sin motivos. “En aquella prisión vimos a guardias sin formación que eran empleados porque ‘sabían manejar a los negratas’. Aprendimos con horror que entre ellos había sádicos que disfrutaban golpeando y torturando a los presos. También vimos a hombres buenos que intentaban hacer la vida mejor a los presos y que se topaban con las limitaciones de la institución.”, explica Lomax en las notas que acompañan a ‘Negro Prison Songs – Mississippi State Penitentiary’.

Entendí que aquí estaba la gente que todo el mundo considera como la escoria de la sociedad, seres humanos peligrosos, embrutecidos y que de ellos vino la música que me pareció que era la mejor cosa que jamás había oído salir de mi país”, señala Lomax en el libro ‘The man who recorded the world’ (2010). En ese ambiente entró el joven filósofo y en ese ambiente grabó las voces de los presos de Mississippi. “En la cárcel vimos que las canciones mantenían literalmente a la gente viva”, explica Lomax.

La música se convirtió en la única válvula de escape de aquella tortura. Las grabaciones de Lomax muestran canciones que hablan de la vida dura, de las añoradas mujeres, de las ansias de libertad, de las ganas de escapar y comenzar una vida nueva que en la realidad se antojaba imposible. Muchas de aquellas canciones fueron recogidas en los campos de algodón en los que los presos eran obligados a trabajar durante sus condenas. (El canto roto de los presos de Misisipi, Sofá Sonoro, Alfonso Cardenal).

Fueron precisamente John y Alan Lomax, quienes se toparon con Huddie William Ledbetter, mejor conocido como Leadbelly, o Lead Belly a quien grabaron con un equipo portátil para registrar su música. Leadbelly era un cliente frecuente de la cárcel. “…Un músico de carácter explosivo que fue encarcelado por primera vez en 1915 por golpear brutalmente a un hombre y portar un arma de fuego. Al poco tiempo se fugó y fue a esconderse a casa de sus padres.

Huyendo de la policía se trasladó a New Orleans, en donde, para mantenerse en el anonimato, se presentó con el nombre Walter Boyd. En 1918 volvió a prisión acusado de asesinato condenado a treinta años de prisión. Logró fugarse nuevamente siete años después pero fue recapturado. En esa segunda etapa pudo introducir una guitarra a la cárcel. Dedicaba el tiempo libre a interpretar sus canciones y logró atrapar a su auditorio, formado por guardias y reos. Su fama trascendió las rejas al grado de que fue a conocerlo el gobernador de Texas, maravillado con su actuación, invitó a familiares y amigos a que lo escucharan. En esos conciertos improvisados le presentó una canción que había compuesto especialmente para él: Please Pardon Me (Por favor, perdóneme).

Conmovido, y considerando su buen comportamiento y el aprecio que le tenían sus compañeros y los guardias, el gobernador decidió liberarlo en 1925. Su carácter ingobernable lo devolvió a prisión cinco años después, cuando en una nueva pelea hirió gravemente a un hombre con arma blanca. Fue acusado de intento de homicidio y condenado a purgar una pena de diez años en la cárcel estatal de Louisiana. Volvió a seducir a reos y guardias con su canto.

Consiguió su libertad a principios 1934. Bajo la tutela de John Lomax hizo una gira por diversas universidades. En diciembre de ese año se trasladó a Nueva York donde se casó y consiguió contratos de grabación con RCA Victor y Capitol Records. Las presentaciones en la radio fueron confiriéndole fama. Su carrera fue en ascenso hasta que en 1939 volvió a prisión por asaltar y apuñalar a un hombre. Fue condenado a un año de prisión, pero fue liberado tras ocho meses de reclusión. Tras su liberación, retomó su carrera, volvió a los estudios y a las presentaciones…” (Artículo “Leadbelly, rey de la canción y la prisión”, Formatosie7e).



Booker T. Washington White “Bukka White”, en 1937 le disparó a un hombre, fue apresado y llevado a la cárcel de Parchman. En su paso por la cárcel compuso uno de los temas más emblemáticos en su carrera “Shake ‘Em On Down”. Durante su estancia en prisión fue apodado como Barrelhouse y grabó un par de canciones con los Lomax.

Otra de sus canciones emblemáticas fue una dedicada a la prisión donde permaneció recluido “Parchman Farm blues”.

 Son House, estuvo internado en Parchman durante dos años. No está claro si por contrabando o, como a él le gustaba alardear, por matar a una mujer. En una fecha tan tardía como 2005, descubrieron una de sus grabaciones, Mississippi County Farm Blues. Solo hace falta escucharla para visitar Parchman, la cárcel donde nació la música.

Asimismo, la prisión ha sido escenario de diversos conciertos históricos que han quedado plasmados en grabaciones históricas como el mítico “Live in Cook County Jail”, un álbum en vivo de 1971 de B.B. King, grabado el 10 de septiembre de 1970 en la cárcel del condado de Cook en Chicago, quien con su banda actuaron para una audiencia de 2117 prisioneros, la mayoría de los cuales eran jóvenes negros. La lista de canciones de King consistía principalmente en canciones de blues lento, que habían sido éxitos al principio de su carrera. La actuación en la cárcel del condado de Cook tuvo un profundo impacto en King.

La multitud estaba formada por 2117 prisioneros, que debían sentarse durante la actuación. A los prisioneros que querían bailar se les permitía pararse hacia la parte trasera del patio. Alrededor del 80% de los presos asistieron a la función, mientras que el resto permaneció en sus celdas. King estimó que entre el 70 y el 75% de los prisioneros eran negros o de otras razas minoritarias. Los funcionarios de la prisión contrataron seguridad adicional para el evento, principalmente boxeadores jubilados. Live in Cook County Jail comienza con una funcionaria que presenta a los miembros de la administración de la prisión. Un ligero aplauso es seguido rápidamente por un fuerte abucheo. El funcionario luego presenta a King y su banda de apoyo, quienes comienzan a tocar una versión breve y de tempo rápido de “Every Day I Have the Blues”.



El resto de la lista de canciones de Live in Cook County Jail presenta pistas de blues lento, con temas líricos de separación y soledad. King ocasionalmente tiene conversaciones con la audiencia, como en “Worry, Worry, Worry”, donde le dice a la audiencia que los hombres y las mujeres son un regalo de Dios entre sí. El biógrafo David McGee describe estas conversaciones como “un clásico de bluesman como evangelista o adivino“. El autor Ulrich Adelt cree que la lista de canciones fue elegida para provocar el sentimiento de nostalgia de la audiencia principalmente negra.

Otro emblemático álbum grabado en una prisión es el “Jail” de Big Mama  Thornton, grabado en la Prisión Estatal de Monroe, una penitenciaría con sede en el estado de Washington, y en el Reformatorio del Estado de Oregón de Eugene, una prisión que data de mediados del siglo XIX. Para la grabación estuvo acompañada por George “Harmonica” Smith, los guitarristas, Bee Houston y Steve Wachsman y el saxofonista Bill Potter.



La letra de la canción “Prisión Bound” de John Lee Hooker es una clara muestra de lo que significaron las crudas experiencias vividas en la cárcel:



John Lee Hooker grabó un álbum desde la cárcel californiana de Soledad, acompañado de su hijo, en el verano de 1972. “Fue como el show de Superbowl Blues”, comentó Hooker Jr. “Estaban tan respetuosos y tan hambrientos por la música”. “Serve Me Right to Suffer”, fue anunciada por John Lee Hooker padre como un “blues real y lento”. En la canción, el bluesman canta una y otra vez cómo su médico le ha recetado “leche, crema y alcohol” para calmar sus nervios. Otro claro punto culminante es “Boogie Everywhere I Go”, un boogie blues de ocho minutos y medio que presenta líneas de intercambio de padre e hijo en una sección. “Él estaba lanzando y yo atrapando”, dice Hooker Jr. sobre esa actuación.

El concierto terminó abruptamente durante una versión electrizante de “Bang Bang Bang Bang”. A los cuatro minutos y 17 segundos de la canción, los guardias de la prisión apagaron la electricidad de la banda. “Era el tiempo de pasar lista”, contó Hooker Jr., refiriéndose a cuando los funcionarios de la prisión cuentan a los  prisioneros para asegurarse de que no falte nadie.

Hooker Jr. comentó que ese día hubo algo que conectó a su padre con los presos de Soledad. “No endulzó nada”, dijo. “Eso es lo que apreciaron. Sabían que estaba en vivo. Sabían que no había sido ensayado. Y fue entonces cuando vieron el talento natural. Mi papá no ensayó antes de que nos fuéramos. Simplemente llegamos allí e hicimos lo que hicimos“.

Sin pensarlo, muchos de los presos de la prisión de la Soledad se volverían a encontrar con el hijo de la leyenda del blues pero en una situación muy distinta. El hijo de Hooker acababa de salir de una prisión de Michigan unos meses antes de aquella presentación y volvería a Soledad unos años después, en 1985, pero en un vehículo de transporte de prisioneros. Era un adicto a la heroína. Fue procesado en la población penitenciaria y luego asignado a un equipo de trabajo. El nuevo supervisor de trabajo de Hooker Jr. De nombre Ernie se dio cuenta de inmediato de quién era. “Te recuerdo’”, le dijo “Viniste aquí para hacer un álbum”. “Soy Ernie. Yo era el tipo que estaba junto al escenario para protegerte”. Como Hooker Jr. no era un prisionero violento y nunca había intentado escapar, fue tratado bastante bien en Soledad. “Ernie me cuidó”, dice con cariño. “Nadie se rió y dijo: ‘Ja, ja, ja, estás de vuelta aquí’. Todo el mundo conoce los resultados de la adicción a las drogas”.

Hooker Jr. incluso volvió a tocar música para los presos de Soledad como miembro de The Soledad Blues Band. Esta vez, fue en un grupo formado por otros presos. “Creo que había de dos a tres yardas y, a veces, hacíamos un espectáculo en nuestro patio, especialmente en verano”, dijo. “Íbamos a diferentes patios para actuar. Era algo que hacer”. Después de dos años en Soledad, Hooker Jr. regresó al mundo exterior. Pero no duró mucho.

En 1991, Hooker Jr. regresó a Soledad por otra sentencia de dos años. Cuando regresó, su pasión por la música fue reemplazada por otra cosa. “Enseñé la Biblia”, dice. “Prediqué el evangelio y fui una luz en un lugar oscuro y malvado”. Dice que había sido ordenado predicador por la Iglesia Progresista de Dios en Cristo en Sacramento en 1990 antes de volver a caer del vagón, lo que lo llevó a su segundo encarcelamiento en Soledad. (Del artículo “Desenterrando a John Lee Hooker en vivo en la prisión de Soledad”, escrito por Stuart Thornton, en Monterrey County Weekly, 3 de abril de 2014).

El blues tomó la tristeza como instrumento de creación, una piedra que esculpió para crear estados de ánimo imaginarios, transformando con la música las heridas en salidas de emergencia por las que escapaban los gritos del alma, la prisión era solo un espacio, pero el encierro, para muchos, tal vez para la mayoría, era la libertad, aquella libertad que no podían experimentar fuera de la cárcel.