Agnès Varda: intuir, crear, compartir
Por algún motivo poco claro, no había visto ninguna película de Agnès Varda, hasta que sentí la curiosidad de ver la primera cuando recién me topé con una de esas páginas dedicadas al cine en Facebook. Confieso que aún no supero el asombro que me causó, a tal grado de que me vi impelido a ver al hilo otras dos.
Para empezar escogí por curiosidad Caras y lugares (2017), que la cineasta francesa codirigió con el fotógrafo también francés Jean René (JR), siendo la penúltima en su amplia filmografía. Es un documental en el que ambos registran una travesía por diversas villas rurales de Francia, tomando fotografías de los residentes que una vez ampliadas de tamaño gigante son pegadas en lugares insospechados, convirtiendo hasta los más lúgubres en espacios llenos de vitalidad.
Incitado por tan emotivas historias, luego elegí Varda por Agnès (2019), la última filmación de la menuda cineasta, fallecida en 2019 a los 91 años. En esta fascinante autobiografía, nos relata su historia personal engarzada con la creación de su vasta y variada obra, mostrando la confluencia del cine y la fotografía con las artes plásticas.
Y como resultó imposible que me detuviera, vi una tercera: Jacquot de Nantes (1991), homenaje que Agnès dedica al amor de su vida, el cineasta Jacques Demy. Las tres me conmovieron al grado de hacerme llorar. Y se me pone la piel chinita tan solo de recordar algunas de sus escenas mientras escribo estas líneas. Hacía años, tantos y tantos, que no experimentaba una emoción así viendo películas.
Me conmovió su tono reflexivo-intimista, el tacto para exponer la expresividad de rostros y miradas, su naturalidad para exaltar la libertad e independencia de las mujeres, su interés en mostrar que la vida y la muerte son parte de un mismo ciclo natural, su profunda sensibilidad para documentar la vida de otras personas y la suya propia, documentación en la que el pasado forma parte de nuestra consciencia, y la cotidianeidad de la historia. Es notable la elocuencia con que presenta las implicaciones existenciales de sus proyectos cinematográficos: vida y obra, inseparables.
Me detengo en Varda por Agnès porque debido a esta cinta decidí elaborar el presente escrito, al advertir que en su desarrollo Agnès describe cómo produce sus películas y sus instalaciones sin nombrar tal proceso precisamente como producción. En cambio, justo en la introducción de esta película ella habla de tres premisas existenciales que son el fundamento de su obra: intuir, crear, compartir. La cito tal cual:
La inspiración es por qué haces una película. Las motivaciones, ideas, circunstancias y la casualidad que encienden tu deseo de hacerla. La creación es cómo la haces. ¿Con qué medios, qué estructura? ¿Sola o acompañada? ¿En color o no? La creación es trabajo. La tercera palabra es compartir. No haces películas para verlas a solas. Las haces para mostrarlas. Eres la prueba de este intercambio. Estas tres palabras me guiaron. Necesitamos saber por qué hacemos nuestro trabajo.
Sin embargo, a pesar de que no sea mencionado explícitamente, mi punto de vista es que la triada de palabras guía está comprendida en el verbo producir cuando éste tiene un sentido estético. Para mí es de capital importancia este insight por el interés que tengo en llegar a un concepto de producción cultural que no esté reducido a nociones gerenciales o administrativas, y que me facilite el camino a una mejor comprensión de lo que implica en sentido amplio la producción en la música, principalmente rock y blues en mi caso.
Ver los tres filmes en una sola jornada me condujo a indagar las razones por las cuales no había puesto atención en el acervo de Agnès Varda (¡Mea culpa!). Y aun cuando no las tenga del todo claras, como digo al principio, si me doy cuenta de que hay cineastas cuya presencia se ha manifestado en mi vida en épocas precisas, en una suerte de sincronía. Como pasó cuando era veinteañero con los directores en los que encontré formas de apreciar las relaciones humanas que complementaron mi formación como psicólogo, por ejemplo: Martin Scorsese, Akira Kurosawa, Alan Parker, Louis Malle, Alain Tanner, Woody Allen, François Truffaut o Wim Wenders.
Resulta que ahora, en mis sesenta y tantos, Agnès Varda se me revela en un momento crucial, cuando me encuentro configurando mi biografía correlacionando mi existencia con las ajenas, en especial con las más vinculadas a mi desarrollo personal y profesional. Encontré en Varda una forma extremadamente sutil de mostrar los vínculos mediante los cuales mantenemos un fuerte apego con nuestro entorno familiar, comunitario y laboral. Hasta los objetos más triviales en apariencia pueden ser significativos para nosotros.
En Varda por Agnès, la cineasta se refiere a un pasaje de Las playas de Agnès (2008) para dejarnos en claro cómo es su manera de concebir el trato entre la gente:
Interpreto el papel de una viejita agradablemente regordeta y habladora contando la historia de su vida. Y, sin embargo, otros me interesan más. Prefiero filmarlos. Otros me intrigan, me motivan, despiertan mi curiosidad, me fascinan. Al contar mi historia, pensé: si abrimos personas encontramos paisajes. Si nos abrimos encontramos playas.
Palabras que me conducen a un verso de Charles Baudelaire: “El mar es tu espejo, contemplas tu alma en el desarrollo infinito de su oleaje”.
Es posible captar más nítidamente la metáfora del paisaje si tomamos en cuenta las palabras introductorias de George Simmel a su ensayo “Filosofía del paisaje”, publicado en 1913:
No pocas veces puede ocurrir que, paseando por la naturaleza, nos fijemos, con mayor o menor atención, en cuanto nos rodea: los árboles y los cursos de agua, las colinas y las construcciones, la luz y las nubes en sus infinitas transformaciones. Detenerse en un detalle o advertir varios a la vez no basta, sin embargo, para tener conciencia de estar ante un ´paisaje´. Para alcanzar esa conciencia, nuestros sentidos deben, justamente, dejar de centrarse en un elemento particular y abarcar un campo visual más amplio, es decir, percibir una nueva unidad que no sea mera suma de elementos puntuales; sólo entonces estaremos ante un paisaje. Si no me equivoco, rara vez se ha señalado que el percibir de manera inmediata una serie de cosas presentes en un trozo de tierra no significa estar ante un paisaje.
Entonces, ¿qué sentido podría tener la metáfora del paisaje ─considerando la playa como tal─ empleada por Agnès Varda para referirse a las historias de vida que cuenta? La entiendo como una manera de invitarnos a meditar en nuestra existencia con una perspectiva amplia, que es así como ella procede en las tres películas que aquí he mencionado: las vidas de sus personajes, y la de ella misma, aparecen como un todo, teniendo como elementos constructores o ejes temáticos los rostros y los lugares (Caras y lugares), la filmografía propia (Varda por Agnès) y la realización vocacional de un ser amado (Jacquot de Nantes).
La autobiografía bien entendida no es producto de un ejercicio individual de tipo narcisista, sino de haber comprendido que nuestra existencia es resultado de la manera en que nos interrelacionamos con otras personas, con la naturaleza y la cultura.