Maná: El desafío de escribir otra historia
¿Qué representa para el rock la nominación de Maná al Salón de la Fama del Rock & Roll? Antes que nada, un desafío. Para quienes estamos involucrados en la creación, producción y difusión del rock y músicas afines, es un desafío interpretativo. También para periodistas y científicos sociales. La reacción más común ante tal suceso fue la misma que tiene lugar cuando ciertas noticias crean tendencia, la de ponerse a favor o en contra, si la nominación es merecida o no, si su música es o no rock; sin embargo, el desafío permanece ante la ausencia de una interpretación adecuada.
Realmente no me extraña que exista ese hueco. Refiriéndome en específico al rubro periodístico, la práctica de editorializar los sucesos relevantes de la música popular es, si no inexistente, sí muy escasa, incluidos los campos que me competen, rock y blues. La editorialización es parte de un complejo proceso comunicativo, el cual consiste ‒dicho en forma esquemática‒ en atribuir un significado, expresar una postura con relación a hechos significativos, en especial cuando se trata de la postura de los propios medios, pero también cuando el periodista expone su punto de vista.
A principios de los noventa escribí un texto en el que señalaba esa carencia, hoy acentuada. La práctica musical de corte popular es un elemento de la cultura mexicana, pero en los medios ‒ comento en ese artículo‒ dicho aspecto “se toma en cuenta como parte de una realidad que las más de las veces permanece oculta o deformada por el sensacionalismo, como sucede a menudo con el rock”. Los medios «tradicionales» no editorializan la práctica de la música popular, lo hacen unos pocos periodistas en lo individual. En ese tema no he notado avances en el periodismo como tal ni en el que se supone especializado en rock, el más indicado para hacerlo. Por eso la nominación de Maná toma por sorpresa a los más desprevenidos, que no saben bien a bien cómo valorarla, y cuyo único recurso es alinearse a una de las dos tendencias, a favor o en contra.
Esa distinción es la consecuencia lógica de más de cuarenta años de trabajo, intenso e ininterrumpido. Empecé a familiarizarme con su música desde que el grupo sobresalió con el nombre de Sombrero Verde, a mediados de los ochenta y con algunos años de trajín a cuestas. Desde entonces hice un seguimiento de su trayectoria en el contexto de la expansión que tuvo el así llamado rock en español, a fines de los ochenta y principios de los noventa.
Cuando era reportero de Macrópolis, dicho seguimiento me permitió lograr que los directivos de la revista ‒Juan Pablo Becerra Acosta, director; y Alejandro Toledo, editor de cultura, mi jefe inmediato‒ aceptaran la publicación de una extensa entrevista-reportaje. El texto abarcó seis páginas, con llamado en portada que decía “Maná de los pies a la cabeza”, pero el título real estaba en interiores: “Maná y los presidentes”. Era un relato de los encuentros que habían tenido con Alberto Fujimori (Perú), Carlos Salinas de Gortari (México) y Daniel Ortega (Nicaragua).
Hice la entrevista en un momento previo al concierto que dieron en el Centro Libanés, después de la prueba de sonido y con la participación de Marcell Toffel, mánager y productor ejecutivo. Se publicó en el número 67, el 28 de junio de 1993. Más adelante, por mediación del sello Warner, fui a Guadalajara a lo que llamaban el búnker de Maná: oficinas, un enorme y bien equipado estudio de grabación, más un espacioso estacionamiento que parecía el de un supermercado.
Hablé con ellos cuando recién habían sido nominados a los premios Grammy (no existían los Grammy Latino) durante el tiempo libre que tenían mientras grababan un video en conocido bar. El artículo resultante salió en el suplemento en español de la revista estadounidense Pulse!, en marzo de 1996, con el grupo en la portada y cuando yo era el editor.
Hice una descripción pormenorizada de los antecedentes en cuanto a presencia internacional que propiciaron la nominación, con el señalamiento de que no hacía un elogio del star system sino un reconocimiento a la persistencia de una agrupación que había logrado alcance masivo gracias a una estrategia de contacto permanente con el público a través de los conciertos.
El 29 de noviembre de 2003 asistí al Auditorio Nacional para escribir la crónica del primer concierto de Maná que formaba parte de la gira Revolución de Amor. El texto, publicado en el libro Cuadernos del Auditorio Nacional de ese año, cierra con una breve entrevista que le hice a Fernando Olvera, misma que cito a continuación por su interés actual, en vista de la política discriminatoria de la administración Trump hacia los migrantes mexicanos.
RFB: ¿Qué implica como fenómeno cultural el éxito de Maná en Estados Unidos?
FO: Cuando empezaron a conocernos allá, incluso la revista Billboard no entendía por qué la gente compra tanto nuestros discos y va tanto a nuestros conciertos, si no estábamos en la radio. Fue cuando me di cuenta de que este medio e incluso la televisión y la prensa, no pueden hacer o deshacer a un artista. Lo que influye es la gente. De boca en boca es posible vender hasta medio millón de discos. Es sorprendente. Los latinos no quieren desprenderse de sus raíces. Escuchan música en español porque refuerza su identidad. Que vivan en los Estados Unidos es porque la miseria los obliga.
RFB: Eso habla de su impacto entre gente que sufre discriminación.
FO: Sí. Siempre hemos dicho que Estados Unidos no solamente es de los anglos, también pertenece a latinos, judíos, italianos, japoneses. Es un país de migrantes y entre ellos están los mexicanos. Los grupos de hispanohablantes de rock que vamos para allá luchamos contra el racismo en todas sus manifestaciones. Una antropóloga ha entrevistado a nuestro público latino. En general su conclusión es que se encuentra en esta dualidad: quieren conservar su identidad, pero también quieren ser aceptados por los gringos, pues aspiran a mejores empleos y mejor paga.
RFB: Maná es un precedente, dentro y fuera de México, en cuanto a grupos que han sabido proyectarse. ¿No crees que hace falta que las bandas mexicanas aprendan a organizarse como empresas culturales y a defender su ideología con base en un sustento económico?
FO: Sí, tienes razón. Nosotros trabajamos con abogados, asesores fiscales, etcétera, porque es necesario, pero esa estructura la armaron los dos mánagers. Yo puedo dedicarme a la parte creativa y a la producción de los shows porque estamos bien armados. Es mejor que las bandas se organicen para defender sus ideales. Esto no lo sabíamos cuando empezamos. Y ahora estoy seguro de que sin ello no hubiéramos llegado a donde estamos. Es tan importante como hacer buena música.
Escribí otra crónica cuando Maná se presentó nuevamente en el Auditorio Nacional, el 14 de febrero de 2008, como parte de la gira Amar es combatir World Tour. Se publicó en la revista electrónica Bitácora del Auditorio Nacional. En esa ocasión pronostiqué: “la banda está en camino de institucionalizarse como no lo ha hecho otro grupo mexicano de rock».
Esta afirmación la hice atendiendo a una serie de rasgos ya presentes entonces, destacando la capacidad del grupo para comunicarse con la sociedad y el reconocimiento que de ello deriva, no en los campos específicos del rock o de la industria musical, sino de la sociedad en general.
A lo anterior habría que agregar, ampliando y actualizando ese punto de vista, que tal proceso de institucionalización se advierte en la permanencia de una organización cuyo remoto origen se remonta a la segunda mitad de los años setenta. Esa organización creció y se modificó a lo largo de los años, dando lugar a una infraestructura que permite ofrecer conciertos masivos en óptimas condiciones, vender altas cantidades de discos y de boletos para espectáculos, condiciones todas ellas para favorecer un estatus de permanencia. La nominación, independientemente de si se concreta o no en abril, confirma que esa institucionalización es ya un hecho. La de Maná es una historia que atraviesa generación tras generación.
En sus comienzos, los entonces jovencitos fundadores admiraban a las bandas más sobresalientes de la capital tapatía, como Spiders, La Revolución de Emiliano Zapata o Toncho Pilatos. En los ochenta, como Sombrero Verde, tuvieron como visionario productor a Ricardo Ochoa, fundador de Peace and Love, otro grupo esencial de los setenta. En octubre de 1984 compartieron cartel en el Estadio Jalisco, con Quiet Riot y Toncho Pilatos.
En los noventa sobrevivieron a la corriente del Rock en tu idioma, luego del increíble descuido (hoy se ve) de AM Records ‒el sello de Carol King, Gino Vanelli, Supertramp, The Police, etcétera‒ y su consecuente ingreso a Warner. Y ya en el siglo XXI consolidaron su expansión internacional, que ya estaba en curso desde años atrás como impulsores de la música latina en el mundo, motivo de su nominación.
Dicho nombramiento tiene como antecedente cercano el concierto en la OVO Arena Wembley de Londres, el 13 de julio de 2024, e implica el reconocimiento de la infraestructura de trabajo que los ha sostenido, y el de Fernando Olvera (voz) y Alex González (batería) como productores en los discos y en los shows, sin que esta mención implique restarles valor a los otros integrantes, Juan Calleros (bajo) y Sergio Vallín (guitarra). Formación como cuarteto que ha sido la más consistente.
El Salón de la Fama del Rock & Roll, ubicado en Cleveland, Ohio, fue creado en 1983 por empresarios discográficos y medios de comunicación de Estados Unidos, con el fin de exaltar la figura de personajes considerados como los de mayor influencia en la historia del rock ‒y músicas afines como blues, jazz o hip hop‒, de Elvis Presley a Rage Against the Machine; de Beatles a Mary J. Blige; de Bill Haley a Michael Jackson.
Han sido inducidos músicos de blues como (por citar ejemplos): Albert King, Alexis Korner, Allen Toussaint, B.B. King, Bessie Smith, Big Joe Turner, Big Mama Thornton, Bo Diddley, Buddy Guy, Charley Patton, Chuck Berry, Elizabeth Cotten, Elmore James, Eric Clapton, Freddie King, Howlin’ Wolf, John Mayall, Lead Belly (o Leadbelly) o Ma Rainey. La elección ‒hecha por académicos, periodistas, productores, historiadores‒ abarca tanto artistas como empresarios. Este dato es importante porque la inclusión de tal o cual representa los intereses y la ideología de la industria musical, léase la de Estados Unidos e Inglaterra.
En principio, la importancia histórica de la nominación de Maná radica en que, sin la etiqueta de “Latin Rock”, por primera vez un grupo mexicano, y en general de habla hispana, rompe con la hegemonía del rock anglosajón en ese museo dedicado a preservar la memoria del rock mundial. Y aun cuando sea dudoso que la industria musical afloje dicho control, este hecho, al menos idealmente, es una ocasión propicia para pugnar por otras formas de hacer la historia del rock, diferentes (y no descarto que contrapuestas) a las que privilegian el rock estadounidense o inglés. Si escribiéramos la historia del rock, y en particular las historias del blues y rock mexicano, sin someternos al imperio de la industria musical, sería otra historia. Completamente otra.