Especial de Medianoche

Noche de ronda o de cómo gané un premio literario

Llegué a Coyoacán un poco norteado y con el tiempo encima. Hacía mucho tiempo que no andaba por estos lugares y el conocimiento que alguna vez tuve de sus recovecos, hoy se convertía en tremenda confusión de callejuelas iguales y de turistas en jolgorio, con la sombra de la tarde cubriendo poco a poco el paisaje. ¿Dónde queda el restaurante La Ronda? Mejor dicho ¿dónde queda Felipe Carrillo Puerto?

Le pregunté a dos policías y nada, estaban ocupados mensajeando muy quitados de la pena. Un vendedor de algodones de azúcar casi me manda al Museo Dolores Olmedo, otros paseantes: Sorry, oh boy, we do not speak spanish. Entonces lamenté tantos años de andar rodando en el Estado de México, con la evidente culpa de no saber la diferencia que existe entre la Fuente de los Coyotes y el Coyote Postmodernista que levantó Sebastián en Nezayork. Para colmo de males los sábados no circula mi automóvil –engomado rojo, terminación 4- y las molestas infracciones están a la orden del día.

Por fortuna un adolescente tatuado de los brazos, desde su carrito sandwichero, me indicó la ruta exacta para llegar y, gracias al cielo, arribé al sitio cuando el reloj marcaba las 18:15 horas. La Ronda queda en la contra esquina del templo de San Juan Bautista, algo tan sencillo.

En la entrada estaba recibiendo la amable Martha Villavicencio. Tras pedir que nos registráramos en la lista, a los participantes entregaba de propia mano un ejemplar de la antología del ll Torneo de Historias Mínimas José Mayoral, el primer gran obsequio para los que, aquella tarde del 12 de noviembre de 2016, nos lanzábamos al ruedo de la lectura ante la disyuntiva de quedar paralizados frente al micrófono.

A unos cuantos pasos de ahí, Merari Fierro, la editora y alma luminosa de Endora Ediciones, sonrisa de oreja a oreja, pedía a cada uno que nos detuviéramos para tomar la fotografía de rigor, busto y cara mirando la lente, fichados para la posteridad. ¿Y ahora dónde me siento? Casi la totalidad de mesas estaban ocupadas por parejas, grupos de amigos y familias enteras que se habían descolgado a este negocio especializado en comida vegetariana. Por suerte encontré un asiento libre junto al matrimonio formado por Luis Adolfo Méndez Lugo y su gentil esposa.

Cuando iba a empezar el sorteo para establecer el orden en que pasarían a leer sus narraciones los 17 competidores, llegó hasta mi lugar María Luisa Méndez, entrañable amiga y colaboradora de Cultura Blues en su gustada sección Huella Azul, con lo que quedaba la mesa puesta para arrancar una competencia insólita, donde la escritura y la narración oral quedaban unidas para tratar de captar la atención y los aplausos de la concurrencia pero también del jurado expectante, formado por tres personajes de nuestra cultura, María Amor, Leticia Venzor y Willy Gouss.

Puse sobre la mesa el grupo de cartulinas que había elaborado para acompañar mi disertación sobre el inesperado regreso de Hernán Cortés, y con lentos sorbos de una helada bebida sabor a tamarindo comencé a observar la pasarela de convocados. El presentador oficial, por decirlo de algún modo, era el contramaestre que dirige los destinos de la editorial La Cartopirata, Macario Jakes Spell, barba negrísima, gancho afilado de hule, parche en un ojo, pañoleta atada a la cabeza, que iba paseándose de un lado a otro del recinto para ir eliminando papelitos y ceder la palabra a los arrojados escritores que con paso lento se dirigían al matadero nocturno llamado templete.

Entre las personalidades sentadas cerquita de ahí destacaba José Mayoral Elizagarate, el autor español a cuya obra está dedicado el torneo, un hombre sonriente y franco que defiende a capa y espada la oratoria creativa, lo mismo que la narrativa ídem, los viajes por el mundo y la curiosidad propia de los seres pensantes. Su enorme sombrero hongo satisfizo mi curiosidad por ver el modelo que esta vez cubriría sus sienes (don José es también un performancero en el más amplio sentido de la palabra). Y los concursantes fueron pasando uno a uno. Siguiendo la máxima de “un ojo al gato y el otro al garabato”, repasaba mi escrito al mismo tiempo que me deleitaba con las historias amplificadas por el micrófono, que fueron sucediéndose progresivamente.

Cada participante leía con la mayor concentración posible, tratando de no rebasar la frontera de los cinco minutos, de lo contrario sonaba una campanita y Macario llegaba por detrás tocando con su gancho el hombro del lector(a), señal de que el tiempo había expirado. Y de pronto mi nombre fue convocado para subir al templete: Luis Eduardo Alcántara Cruz. “¿Y ahora este cuate para qué lleva tantas cartulinas en el brazo”, “¿piensa leer o va a darnos una clase resumida de la historia de México?” pensó seguramente más de uno cuando aparecía cargando fotografías a color pegadas sobre láminas de papel cascarón. Simple y llano apoyo visual, sólo eso.

Y comencé a recitar de memoria la historia mínima cuyo título es Hernán (de la) Villa de Cortés, que a la postre ganaría el torneo media hora después, cuando los jueces dieron el veredicto final. Creo que mi participación comenzó con nerviosismo, pero a medida que notaba el entusiasmo que despertaba entre la gente, el aplomo llegó y con él una seguridad que me hacía gesticular y mover los brazos al compás de las cartulinas conforme el texto avanzaba. Casi abarqué los cinco minutos. El hecho de aprender de memoria el texto resultó un plus incuestionable, pues ninguno de los competidores anteriores lo había hecho y solamente una persona después hizo algo parecido, aunque en menos tiempo.

05_medianoche2

Ocurrió algo curioso, en esos minutos La Ronda se saturó, pero las personas que entraban no se distraían buscando asientos, sino que todas permanecían fijas escuchándome y contagiándose de las risas que por momentos fueron totales.

Cuando terminé el aplauso irrumpió. Yo me sentía como en otro planeta. María Luisa había tomado fotos y además videograbó mi participación. De camino a la mesa fui felicitado calurosamente por varias personas y algunos pidieron observar de cerca las cartulinas. Todavía pasaron al micrófono varios competidores y las muestras de apoyo y exclamaciones de júbilo los acompañaron también. La decisión para los jueces estaba complicada. Aproveché los minutos de receso para intercambiar impresiones con José Mayoral y también con Merari Fierro, Martha Villavicencio, Macario y algunos de mis colegas participantes. También con María Luisa quien amablemente tomó fotografías de un valor testimonial muy grande de aquella noche.

Y llegó el momento de la verdad, con el grupo de escritores reunidos adelante, los organizadores comenzaron a repartir los 17 diplomas que darían constancia de su talento como finalistas del torneo, y varios minutos después, ya con el aval del jurado, dieron el nombre de los ganadores. A manera de excepción hubo también una mención honorífica para José Gutiérrez-Llama y su conjunto de mini ficciones titulado “Historias Mínimas”. Y el nombre del ganador del tercer lugar retumbó: Eglón Mendoza con el cuento “Botitas Oaxaqueñas”, acreedor de una jugosa dotación de libros cortesía de Endora Ediciones, Diógenes Internacional y otras casas editoriales. El segundo fue para Ignacio Sánchez Morelos y su historia “Lágrimas sobre una tumba fresca”, un muchacho que se llevó el mismo paquete de libros y además envase de cerveza tipo caguama.

Y con respecto del primer lugar, según las palabras de María Amor, “la decisión recae de manera unánime en Luis Eduardo Alcántara Cruz y su cuento Hernán (de la) Villa de Cortés”, y conste, que para decidirlo esta vez no peleamos, agregó Willy Gouss- SSSiiiiiiiiiiíííí exclamé jubiloso, el brazo derecho apuntando al cielo en señal de triunfo. “Era algo seguro, tu cuento fue de los que más aplausos arrancó” vaticinó minutos antes María Luisa. Con la emoción encima, estuve arropado por calurosos aplausos y variadas muestras de felicitación que se multiplicaron en los minutos siguientes. Como entre sueños recuerdo que José Mayoral me entregó el paquete de libros y la botella de vino que me acreditaban como el ganador de este ll Torneo de Historias Mínimas 2016, que junto con el diploma y la edición ya impresa de la antología en donde viene mi cuento, conformaban el reconocimiento ideal para ir cerrando el año con broche de oro. Vinieron después muchos abrazos y apretones de mano entre los finalistas y el público asistente, jueces y amigos.

05_medianoche3

Fue menester poner en práctica una vieja tradición: firmar dedicatorias en las antologías que amablemente acercaban a mi sitio. No recuerdo el número exacto, pero fueron muchas firmas. Y siguieron las fotografías por aquí y allá, las felicitaciones, las pláticas amenas entre los concursantes que dimos vida durante varias horas a una familia literaria. Los de Endora, que andan cumpliendo 18 años de vida editorial, los de La Cartopirata, los de Diógenes Internacional encabezados por el ilustre José Mayoral, quien hace votos porque este torneo siga su marcha y con el paso del tiempo adquiera carta de naturalización. La promesa de la mayoría para que el contacto no termine y siga fortaleciéndose.

Iban a dar las nueve de la noche cuando María Luisa y yo salimos de La Ronda. Ella armada con su cargamento de material gráfico y yo con mi pomo, diploma, libros y cartulinas. El microbús nos condujo de forma rápida hasta la estación General Anaya. Ella transbordaría en Chabacano y yo, un poco después, en Hidalgo, para cambiar hacia el suburbano que entronca con Buenavista y de allí hasta Tultitlán. En el Edoméx me esperaban otras palmadas, las de mi familia. Cuando estaba a punto de salir del tren, mi tarjeta agotó el crédito. Mientras efectuaba la recarga indispensable para poder salir de las instalaciones, uno de los policías preguntó curioso: “Bonita botella, amigo, es importada, ¿verdad? ¿de España?”, No, dije orgulloso, “es de Coyoacán, amigo, aunque no lo creas”.

05_medianoche4

Primer Lugar del II Torneo de Historias Mínimas “José Mayoral”

Hernán (de la) Villa de Cortés

Casi 500 años después de la conquista que protagonizó, por el poder del arcano le es permitido bajar unos minutos de su tumba en la iglesia de Jesús Nazareno. Se va caminando por el Eje Central y al llegar a la Plaza de la Computación un mozalbete aparece. Le pregunta: ¿algún programa de diseño, paquetes de Excell, memorias USB, los funerales de Juan Gabriel en Bellas Artes? Don Hernando no sabe qué contestar. Aprovechando la confusión el muchacho amaga con un cuchillo, amenazante. “Dame la feria o te quemo”.

Sin saber qué cosa es la “feria”, y teniendo vaga idea de quemazones por aquello de Cuauhtémoc, el capitán entrega por simple intuición una talega de reales y algunos tlacos descontinuados. El muchacho realiza un corte de manga y refresca a toda la corte de Isabel la Católica. Echa a correr entre el grupo de maestros que van al Zócalo. Cortés hace lo mismo. Alguien exclama “fuera Diego Fernández de Cevallos”. Otro más “el carnaval de disfraces es en Veracruz, loquillo”.

Calles adelante, en la esquina de Moneda y La Santísima, busca el antiguo embarcadero, el muelle fortificado donde guardaba sus barquitos de vela prestos para contraatacar, pero sólo encuentra otro embarcadero, un hotel de paso y en la entrada la presencia de joven morena de piernas torneadísimas que hace recordarle a aquella Malinche que fue su perdición. “Trescientos pesos y el cuarto… ven, no te arrepentirás”.

Cortés quiere aceptar, pero comprende que no tiene dinero, sólo una medalla de plata que minutos después apuesta echando volados a Castilla o León –entiéndase Águila o Sol- con escandaloso taquero y ¡Vive Dios! gana el reto, empujándose cinco de costilla y cinco al pastor, refresco boing kamikaze, aunque ay, desdichado de ti, pensar que tú inventaste los tacos de carnitas con aquellos cerdos que traían desde Cuba, y con las jícaras de pulque que invitaba el tlatoani, quedaban a mano.

Andando como judío errante, preguntando aquí y allá, el soldado llega al metro Allende. Según parece uno de sus entronques va a dar a cierta residencia de verano que él tenía, pero, oh desilusión ¿irse directo a Coyoacán? Imposible, eso queda en otra línea, en otro mundo por descubrir, y acá adentro es un enredijo de los mil demonios.

Con mucho esfuerzo logra deletrear uno de los símbolos del recorrido: Vi-lla-de-Cor-tés. El corazón palpita de alegría. De allá mero soy, reconoce. “A ver ese viejo, hágale la parada al Metro”, recomienda la turba y ríe. Venciendo escrúpulos Cortés sacude el brazo ante la llegada del gusano naranja y, gran sorpresa, la bestia enfrena, los milagros existen, “qué me duran el Quijote y sus molinos”.

El capitán da un paso adelante y termina yéndose de bruces empujado por la muchedumbre que entra y sale, el jubón de granada convertido en alfombra, pero al fin logra permanecer dentro. Una voz escapa de pequeñas bocinas “permita el libre cierre de puertas, gracias”. Después todo se precipita como en carrusel y una mano comienza a acariciarle los glúteos. Hay presencias que triunfan, pero este no es el caso.

Para adquirir la antología que incluye todos los textos de los finalistas no duden en escribir al siguiente mail: servicios@endora.com.mx  ¡Apúrense porque se agotan!

05_medianoche5