El maestro John Mayall
El maestro John Mayall (29 de noviembre de 1933–22 de julio de 2024). Foto por Jesús Martín Camacho
John Mayall es uno de esos músicos que he tenido cerca de mí desde que empecé a escuchar rock a muy temprana edad. No recuerdo en qué circunstancias supe de él por primera vez, pero sí tengo presente que la impronta que me dejó se debe al disco Jazz Blues Fusion, que escuché repetidas veces en Vibraciones, programa de Radio Capital muy apreciado por los aficionados al rock a principios de los años setenta. Mi filia se reforzó con Bare Wires, una maravilla de blues con aspectos progresivos.
En mi adolescencia era parte de aquel público aficionado al rock que tenía a Mayall como una figura familiar por su presencia en la radio, por su regular aparición en las revistas de rock y también porque varios de sus discos pasaron a formar parte de la prestigiada serie Rock Power, creación del mexicano Herbé Pompeyo para el sello Polydor.
Además, Peerless contaba con una línea económica llamada Richmond ─subsello de London Records─ a cuyo catálogo pertenecían varios de los discos publicados por el músico inglés durante los años sesenta, producidos por Mike Vernon, y que era posible adquirir hasta en los supermercados. Entre ellos Blues Breakers, con Eric Clapton, y A Hard Road, con Peter Green.
Es lógico suponer que cuando John Mayall se presentó en el Toreo de Cuatro Caminos del Estado de México, el 15 de marzo de 1980 en jornada doble, lo hizo con el presupuesto de que en nuestro país existía un público que lo había seguido durante años. Recuerdo la primera de esas funciones como una congregación en la que el público interactuó sin inhibiciones y con marcada calidez entre sí y con los músicos en el escenario.
Visto a la distancia, es posible afirmar que hay en esos conciertos un valor simbólico inestimable por lo que representan para una generación de gente joven que tuvo el rock como puerta de entrada para el blues, y por la incansable labor del músico inglés en la difusión de esa música, motivo por el cual recorría un país tras otro forjando una genuina cruzada.
Vino a México cuando estaba pasando por una etapa de renovación, ya sin su grupo los Bluesbreakers, y con el fin de explorar nuevos terrenos ante el empequeñecimiento del mercado para el blues en Inglaterra. Los productores que tuvieron el acierto de presentarlo fueron Javier Navarro, Armando García de la Cadena y Roger Johnson, de la empresa ‘Música es amistad’, quienes programaron al grupo mexicano de jazz ‘Azzor’ como telonero.
Las doble jornada que Mayall tuvo en el Toreo supuso para el público mexicano el haber asistido a una masiva Master Class de blues. El compositor desplegó esta música en toda la amplitud de su lenguaje: del más tradicional al más moderno, con la energía del rock incorporada y espléndidas interpretaciones en la armónica. No hubo en los eventos más producción que no fuera la necesaria para el lucimiento de la música y sus intérpretes: Maggie Parker, voz; Kevin McCormick, bajo; James Quill Smith, guitarra y voz; y Soko Richardson, batería.
Los asistentes tuvimos ante nosotros a alguien que ya tenía un prestigio bien ganado como pionero del blues en Inglaterra, labor iniciada a fines de los años cincuenta, sobresaliente como compositor ─con prioridad para la creación de un corpus de obra propia, de las más prolíficas en el blues─, ejecutante de piano, su principal instrumento, guitarrista, armoniquista.
Pero decir esto es decir poco, porque la obra de Mayall ─según se desprende de la biografía publicada en JohnMayall.com─ encierra la evolución misma del blues, la que va de los pioneros en Estados Unidos como Big Bill Broonzy, Brownie McGhee, Josh White o Leadbelly; pasa por los pianistas de boogie woogie, como Albert Amos, Pete Johnson Meade Lux Lewis; por los armoniquistas como Sony Terry, Sonny Boy Williamson, Little Walter; e incluye a los músicos a quienes John acompañó cuando hicieron giras por Inglaterra, como John Lee Hooker, T-Bone Walker, Eddie Boyd o Sonny Boy Williamson.
Asimismo, a quien teníamos enfrente era a un productor de blues en toda la extensión de la palabra, crédito que debería figurar con más énfasis por ser uno de los indispensables en la materia, en virtud de sus pertinentes cualidades. A saber: inteligencia para descubrir e incorporarse a una corriente musical incipiente en su país; poder para llevar a cabo una continua labor de cultivo y preservación del blues; capacidad de liderazgo, traducida en la ininterrumpida formación de grupos que funcionaban como una especie de taller o laboratorio para aprender el lenguaje del blues.
Es decir, Mayall le puso especial atención al desarrollo de talentos; disposición para la convivencia y la comunicación intergeneracional; pero sobre todo hay que subrayar su visión, misma que lo motivó a expandir el blues por todo el mundo, dando hasta 100 presentaciones por año, siempre manteniéndose al día, como un clásico no por ser exponente del pasado sino por representar la música contemporánea. John Mayall ya era todo esto cuando se presentó en el Toreo de Cuatro Caminos, a los 47 años y en plena forma.
Desde un punto de vista genealógico, podemos considerar el fundamental quehacer de un grupo de músicos ingleses que asimilaron el blues hecho en Estados Unidos gracias a las giras que hicieron por Europa varios de sus principales exponentes, y que luego pasaron a ser los principales divulgadores del género en su país y en todo el continente europeo.
Entre ellos es indispensable destacar a Alexis Korner, Cyril Davies, Chris Barber y John Mayall. Son el tronco del que luego surgirían numerosas ramificaciones, músicos que se hicieron famosos durante los sesenta y setenta formando sus propios grupos o integrándose a otros que ya contaban con sólidas trayectorias. Son varios los que podrían ser enlistados, pero no hay que dejar de mencionar a cuatro muy importantes que surgieron directamente de la “escuela” de John Mayall: Cream, Fleetwood Mac, Free y Colosseum. Por su parte, los Rolling Stones incorporaron a Mick Taylor.
De manera que las dos actuaciones de Mayall en México son una consecuencia diferida del impacto que causó aquel tronco de músicos más allá de Europa. Cabe recordar que antes de esas presentaciones en el Toreo, hubo varios conciertos relacionados con el blues que forman parte del proceso de asimilación que hemos tenido en México acerca de esa música, en este caso mediante actuaciones en vivo.
Pienso en los ofrecidos en diversos foros por Eric Burdon, Canned Heat, Chuck Berry, B. B. King, Joe Cocker, Johnny Winter (diciembre de 1980) y la pléyade de músicos blueseros que tuvo a bien traer a México Raúl de la Rosa. Dichos conciertos son un hito en la historia del rock y blues en México. Los de John Mayall incluso dejaron huella en su obra, prueba de ello es el tema “Mexico City”, inspirado en la audiencia presente en el Toreo.
Como exponente del blues, compositor, cantante multiinstrumentista y uno de los más sobresalientes productores del género, a la postre Mayall se convirtió en el principal referente de toda una generación de jóvenes músicos que darían paso en los inicios de los años sesenta a la creación del blues rock en Inglaterra ─cuando en Estados Unidos estaba ocurriendo algo similar─, del que a su vez surgen otras indispensables subdivisiones que prolongarían la existencia del rock hasta la fecha.
Íntimamente siento a John Mayall como una persona íntegra, sencilla, en armonía consigo misma, sensible a la naturaleza humana, consciente de su entorno natural y social, y de lo que ambos significan. Su vida representa el extremo opuesto de los valores que enarbola el “estrellato”: fastuosidad, vanagloria, trivialidad. Por eso, con justa razón es unánimemente considerado como un maestro, entendido este concepto en su sentido cultural: como alguien que tiene una profunda visión de la vida, de la que forma parte el blues, y tiene vocación para hacerla trascender. Su influencia es tan grande que no hay forma de medirla.